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TROPIEZOS EN LA VIDA

Por: Rosember Rivadeneira Bermúdez.


Durante mi carrera profesional he visto a personas buenas, virtuosas y serviciales, tropezar y caer por errores y circunstancias de la vida. Desde entonces, la sociedad olvidó el valioso pasado, prontamente el catálogo de virtudes fue sustituido por un prontuario, y se predicó de ellos únicamente lo malo.


Los “amigos”, que conocieron mientras ocupaban importantes cargos, los dejaron solos, y la contribución que alegremente proponían para comprar el ron, no la realizaron para ayudarlos e incluso no volvieron a llamarlos y mucho menos contestaban los llamados de socorro.


Aislados por la sociedad que los esculpió, sumidos en la vergüenza, y mientras apretaban sus dientes, tratando en vano de contener las lágrimas que brotaban de sus ojos, comprobaron que al amigo no se le conoce en el jolgorio sino en el infortunio y que el espejismo de las multitudes desaparece en las adversidades.


En la soledad de sus conciencias, tardíamente, vieron lo que ocultaban las máscaras sociales, y se descubrieron rodeados de muchas fieras salvajes que esperaban la caída de la presa.


Respecto de algunos recordaron un sospechoso silencio ante sus éxitos, y concluyeron que estaban reservando fuerzas para celebrar los tropiezos y abrir sus fauces para asestarles los colmillos y devorarles hasta los huesos.


A sus lamentables situaciones se sumaron los rumores de compañeros que, en posteriores encuentros y parrandas, invocaban sus nombres para burlarse de sus desgracias. Quienes más los abrazaban y les aplaudían sus hazañas fueron los primeros en asestarles las puñaladas.


La fría y terrorífica prisión del remordimiento les iluminó la conciencia. Recordaron el sobrio consejo de sus padres, las súplicas de sus madres, la voz del amigo de infancia al que olvidaron porque carecía de dinero, influencias y cargos importantes, pero que, a pesar de todo, continuaba ahí expresándoles un afecto con sinceridad. Son los benefactores espirituales, que brindan amor sin distinción de nombres o posesiones.


Fue entonces cuando, cubiertos por el fuego de la desgracia, hallaron en ella al maestro, purgaron sus culpas, abrazaron la lección de sus errores y recobraron fuerzas para construir una vida de provecho y de grandeza.


Muchas de las personas en que me inspiré para elaborar este escrito triunfaron, sacaron avante sus pretensiones, con otras no pudimos lograrlo, pero fuimos fieles al deber encomendado y trabajamos sin miedo al horario y al cansancio.


Pese al resultado judicial, al éxito o al fracaso, y sobre todo al escarnio social que se transforma en una condena a perpetuidad, hoy todos caminan más ligeros, sin las cargas que suponen las funestas ambiciones mundanas, los afanes y falsos lujos que exige la cotidianidad. Son sabios, entendieron que los padres no “joden”, simplemente desean que sus hijos no sean tildados de rufianes y perdedores; se acompañan de amigos sinceros, cuya pureza fue probada en el implacable fuego del infortunio; de quienes tocaron y cruzaron el umbral de la desgracia para abrazarlos, consolarlos y secar sus lágrimas sin esperar a que fueran convocados.


La vida les ofrendó la oportunidad de purgar, rectificar y valorar. Están felices, conservan el amor en sus hogares, paz en la conciencia después de la tormenta, pan en la mesa y lo justo en sus carteras.


Hoy predican con acciones la conquista de valores y contribuyen al restablecimiento de la honorabilidad que la sociedad cree perdida.


Hay círculos que degradan y otros que edifican. Hoy no piensan en la oportunidad del momento sino en la conquista de un mejor mañana.


En función de los dramas ajenos, resalta el protagonismo de los abogados, y más que ser profesionales en leyes, asumimos ante el afligido el rol de amigo, confesor, psicólogo; brindamos abrigo y consuelo, y de dicha misión apostólica obtenemos enseñanzas más provechosas que los honorarios.


Aprendí que no hay seres perfectos, de ello dan fe los textos sagrados, y así lo prueban las prisiones, las iglesias, las sociedades y la justicia divina que habita en cada una de las conciencias. Cada vez que criticamos y señalamos a otro, sin darnos cuenta nos puyamos un ojo.


Ante los errores, todos tenemos derecho a un mejor mañana y a la construcción de una nueva fama.


Antes de lanzar la piedra, reflexiona sobre tu vida.

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