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PALABRA DE MAESTRO: LA PRENSA: ¿MEDIO DE INFORMACIÓN O DE DOMINACIÓN?

Por: Fare Suárez Sarmiento.

 

Es difícil ignorar la fuerza dramática que la docente argentina Florencia Saintout le imprime a La concentración, el asco y la esperanza (2015) frente a los medios de comunicación, sin detenerse a constatar la universalidad de su discurso. Sin dudas, Colombia ocupa los primeros renglones, dada la capacidad para estructurar formas públicas de sentimiento y adormecer las sensibilidades y las razones, a través de los malabares lingüísticos de los especialistas en el des/armado de la palabra; lo mismo ocurre con el relato en la creación del puente de la utopía hacia la eutopía.


Nadie desconoce que en los cenáculos de la élite criolla con los eruditos publicistas se prohíjan nuevas voces, frases proverbiales y hasta apotegmas, que remplazan aquellas ya raídas por el uso como castrochavismo, llegar a ser igual que Venezuela y ahora entra en escena Daniel Ortega. Así se crea el paisaje ideológico de una clase, cuyo miedo ha estremecido las estructuras más conservadoras y rancias de la historia. Una clase social dividida en partidos políticos colonizados por el odio, que suelta el leviatán cuando la debilidad alimenta el riesgo frente a la inminente pérdida del poder. Sin embargo, la histeria ludista queda en manos de los mercenarios: empleados, periodistas y locutores que en sus afanes de halagar a sus amos y sentirse líderes de opinión farsante, desbordan los libretos y esconden su dependencia asumiendo las falsedades como creación propia.


Ya el propósito no es informar, sino deformar para controlar, manipular, persuadir e inducir a la asunción sobre falsas creencias, verdades atribuidas a la mayoría de la gente desde donde se gesta el Ethos de la fuente más incontrovertible: la opinión pública; no obstante, no se puede perder de vista que la opinión pública ha estado siempre en manos de la élite minoritaria, de grupos cultos reunidos en clubes privados en los cuales los accionistas de los medios de comunicación determinan el contenido y el tono de los mensajes, que han de invadir la conciencia de la audiencia. Clichés del orden: la gente dice, es de conocimiento público, todo el mundo piensa y, otros tantos decires contagiosos que fuerzan a la credulidad; malabares idiomáticos con gran carga sicológica denominada proyección, definida como la atribución a la otredad de lo que uno piensa o siente. Pero cuando la estrategia de los mercenarios de la comunicación fracasa o, por lo menos, no ofrece los resultados esperados, los latidos del miedo se aceleran hasta despertar el espíritu de fascistización de la burguesía criolla, que entumecida por el terror apela al plan B heredado del Frente Nacional, de tanto éxito hasta el presente. Se apagan las voces y se esfuman las imágenes de los medios para espolear al ejército privado que, en alianza con la cúpula militar, destapan el aserradero y vuelven a pervertir el agua de los ríos con la sangre indómita y los trozos de cuerpos desobedientes de miles de hombres y mujeres que no alcanzaron a ser seducidos por los mensajes subliminales.


Sabemos que el miedo no ha sido sembrado por la imitación de gobiernos autoritarios, otrora autoproclamados de izquierda, sino por la pérdida acelerada de una fuerza política construida a sangre y fuego. Resulta obvio que los medios apelan al principio postulado por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman: evitar las comparaciones es renunciar a sus beneficios, exhibiendo como evidencia fáctica las acciones antidemocráticas de los gobiernos de Ortega y de Maduro.


Esa ha sido la plegaria de los últimos tiempos. La prensa genuflexa ha tejido una red de mentiras inmune a la verificación. Los medios de comunicación, voceros de la burguesía nacional traducida en movimientos y partidos tradicionales, procuran desprestigiar y criminalizar las nuevas opciones políticas que han mostrado desde siempre posturas refractarias frente a las políticas neoliberales totalizantes. El absurdo de imputarle a la izquierda la implementación del comunismo, es producto de la ignorancia supina de quienes así piensan. Bien es sabido que el comunismo como última fase de la transformación ascendente de la sociedad, no es ideología privada de la izquierda, no obstante ser una tesis devenida del marxismo. Pero esta afirmación incitará el debate en otro escenario, dadas las múltiples aristas que la sustentan.


El otro predicado subliminal que pretende calificar la crisis política de Colombia, alude al vocablo país polarizado, con el cual se ha abrasado una infodemia acezante que hiere la sensibilidad humana, mientras derrite la dignidad de los que piensan distinto; ofende con diatribas, insultos y hasta tiende los trapos sucios en las pantallas de todos los medios visuales. La polarización política nació oficialmente con los vestidos de gala azul y rojo; la misma que ha perpetuado la polarización social, esa que cada día engendra nuevas formas de describirla: hemos pasado de barrios humildes a cordones de miseria, de pobres a ninguneados, de necesitados a excluidos, de clase baja a estrato uno y de clase media a precariado.


Tal vez hoy el eco del rechazo al sempiterno latrocinio inmisericorde de la patria y la privatización del aire que respiramos, se escucha hasta en el Cabo de la Vela, gracias a la voz que ya osa levantarse desde las esquinas de la frágil democracia. Los mensajes conspiranoicos petrofóbicos son los polarizantes, colocan a un candidato contra el resto, en una satánica distorsión del contenido del proyecto de país concebido para todos, sin exclusión. Contrario al excesivo maniqueísmo de recalcitrantes sectores de la prensa, los electores saben bien que, de acuerdo con Nelly Prigorian: ¿Quién controla el cuarto poder? (2009) la lucha política a través de los medios de comunicación masiva produce epifenómenos y apariencias en vez de hechos y decisiones reales. Paradójicamente, producto de la libertad del pensamiento llamado a crear conciencia ciudadana y visión crítica hacia el poder, se convierten en creadores de falsa conciencia, realidades ficticias y se vuelven en un poder incontrolable, en donde el límite es sólo la ética de quienes lo manejan.


Y es que el ejercicio del poder se expresa con relativo absolutismo sobre las clases hospedadas en la base de la pirámide social. Tal es su plan axial: procurar que los afanes por salir de los niveles mínimos de subsistencia se diluyan, y que la lucha enconada por abrazar la esperanza de que los hijos alcancen la ciudadanía sin exponerse a la profanación sufrida por los padres, siga siendo una entelequia, una utopía, o, si se quiere, una pesadilla.


Por lo menos hoy se tiene conciencia sobre la posibilidad de abandonar la adicción histórica a la frustración y expresar la repulsión contra los dueños del mar, de las montañas y de nuestros sueños. El mejor aliado: las urnas.

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