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¡QUÉDATE SAMARIO, NO TE VAYAS¡

Por: José Eduardo Barreneche Ávila.


Ante el declive social, surge la desesperación. No existe nada más asfixiante para un ser humano darse cuenta que con medios económicos o, sin ellos, no tiene calidad de vida, aunque viva entre el mar y la sierra. Esto aunado a las últimas cifras de pobreza, desigualdad y falta de oportunidades reveladas en la ciudad, que indudablemente han generado traslado de muchas personas valiosas de esta ciudad a otras.


Hace poco se me acercó mi amigo Lucas, cuarentón como yo, hombre de buen proceder, especialista, magister, bien posicionado, con una estabilidad laboral y económica sólida, de principios, unas cuantas inversiones, generador de 70 empleos directos en su empresa, a darme la triste noticia que partirá de la ciudad.


No dudé en exponerle las razones por las cuales todos, sin excepción debemos quedarnos, le dije que personas como él necesita Santa Marta.

Lucas es un hombre íntegro. Estudió en Santa Marta, luego su carrera la cursó en Bogotá, hizo una maestría en el exterior y volvió, como era su sueño a Santa Marta, la ciudad que lo vio nacer. Aquí tuvo oportunidades laborales, creó empresa, y es exitoso en lo que hace.


Sus padres, abuelos y bisabuelos Samarios. Conoció a su esposa, cuando dictaba clases en una universidad en esta ciudad. Tuvo dos hijos con ella y vive felizmente. Sus padres y hermanos viven en esta ciudad. Aquí simplemente lo tiene todo menos lo que él llama calidad de vida.


Ese día que me expuso las razones de sus decisiones, las argumentó diciéndome que no podía montar bicicleta con sus hijos porque corrían peligro. Caminar por la calle, ni en el día, ni en la noche, en razón a la ola de inseguridad que azotaba la ciudad. Tenía un mar hermoso, no obstante, a veces no podía bañarse por la proliferación de malos olores en la bahía debido al derrame de alcantarillas. Su casa a veces se quedaba sin agua, o cuando había, salía café con leche, en fin, una serie de razones por las cuales lo escuché con una tristeza enorme, pero tuve la valentía de refutar cada una de sus afirmaciones.


Lo atendí una hora exponiendo su posición y, aunque sabía que en parte tenía razón, saqué mi artillería para contrarrestarla. De esa forma expuse mi posición diciéndole que no compartía su decisión de marcharse, que Santa Marta requería de personas que generan empleos dignos como él. Su empresa se había tornado en prosperidad colectiva para más de 70 familias.


De la misma forma le expuse su corresponsabilidad en el devenir de esta ciudad, su vocería y representatividad como parte de la sociedad civil de la ciudad, y por qué no, la posibilidad que tenía para tener aspiraciones políticas para velar por el bienestar de los ciudadanos.


La matrícula de su carro, la había registrado en esta ciudad. Aquí cancelaba los derechos de tránsito e industria y comercio. En fin, la ciudad necesitaba no solo de ese Lucas, sino de miles de Lucas que le aportaban a la ciudad.

Le recordé que en esta ciudad se puede triunfar, que aquí se puede tener la mejor empresa en determinados sectores, tal como ya se ha demostrado, que pueden salir los mejores jugadores de Colombia y ante todo, desde esta bella ciudad podemos iniciar con un desarrollo social y prosperidad colectiva.

Si tomaba la decisión de irse y vender lo que tenía, Santa Marta perdería esos empleos que generaba, el predial que cancela a tiempo, el impuesto de su vehículo, los productos que ofrece su empresa y, de las cosas más importantes, sus alumnos se quedarían sin un profesor que no solo le aportaba conocimiento y calidad en educación, sino que les irradiaba ese arraigo samario que todos debemos tener.


Le hice énfasis en que Santa Marta puede ser construida por esta generación, para que no solo él, sino que su descendencia considere quedarse, y que sus hijos pueden estudiar con calidad en una universidad de acá, y luego trabajar en Santa Marta.

No hay nada más nefasto que los hijos de una tierra se marchen y no lo den todo por ella. Le recordé que El Morro, La Sierra y todas las bellezas de estas tierras requerían no solo de él, sino de muchos Lucas que trabajaran en pro del desarrollo social.


Yo no sé si Lucas se quedará, pero lo que si estoy seguro es que por lo menos logré ponerlo a meditar. De esa forma yo no perderé a un amigo, y Santa Marta no dejará ir a un hijo que puede servirle en muchos frentes.


Si tú eres un Lucas, que aportas algo a esta ciudad, quédate. No te vayas. Pronto llegarán tiempos donde la calidad de vida mejorará, y muy seguramente tú te sentirás orgulloso que contribuiste en que Santa Marta sea el mejor vividero del mundo.


Hago ese llamado a todos esos Lucas samarios, que madrugan, trabajan, compran sus cosas en Santa Marta, pagan sus impuestos acá, generan empleo y bienestar, para que se queden. De nada sirve trasladarse a una ciudad donde todo está hecho y que aparentemente todo es perfecto, pero quedarte con la nostalgia que pudiste darlo todo, pero preferiste marchar. Tus ancestros te lo agradecerán y tu descendencia tendrá la dicha de vivir en esta tierra. No los prives de la felicidad de crecer y vivir en Santa Marta como tú lo hiciste.


QUÉDATE SAMARIO, ¡NO TE VAYAS¡

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