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PALABRA DE MAESTRO: LO RURAL URBANIZADO Y LA SAMARIEDAD

Actualizado: 11 sept 2021

Por: Fare Suárez Sarmiento.


Las colonias provincianas que hoy colman el croquis distrital han venido develando la pérdida de autenticidad del samario. Pareciera como si este se hubiera momificado en el fútbol, la tambora, el mar, la esquina del barrio o sembrado para siempre en el “Mojón de Oro” saboreando la sazón de la auténtica salsa de Manuelito. Y no es que estos marcadores culturales hayan dejado de colmar las páginas de la historia de la ciudad. Desde luego que no; aunque ya no rueda ni brinca la bola de letras por las canchas improvisadas de los vecindarios, ni el macho llama para que la hembra repique mientras el bombo ahoga el coro de gritos desafinado, ni los muchachos desafían las olas enfurecidas que rebotan en el tajamar, la ciudad alberga un aliento de nostalgia convertido en retrotopías (Bauman, 2016) que todavía los baby boomers utilizan para que la insaciable gentrificación cause menos dolor a la constante diáspora citadina que cada día se acerca más a la Sierra Nevada. Esta generación de la segunda guerra mundial abría las ventanas cuando salía del sueño, para que el olor yodado de la bahía se calentara un poco con el despertar del sol. Hoy, los que se resisten a abandonar los relatos de las mitosis urbanas apenas les alcanza el olfato para percibir el humo intolerable de la quema de bosques, prados y demolición de cerros que alimentan el apetito inmisericorde de los grandes capitalistas urbanizadores.


En los nuevos tiempos, ha sido tan avasalladora la migración rural que ya pocos se asombran si en la mayoría de los espacios políticos, económicos, académicos, culturales, artísticos brillan nombres y apellidos no paridos en esta tierra. Lo más preocupante radica en la absorción sistemática hacia una identidad neutra, una estrategia que encubre la procedencia de quienes dominan y controlan los órganos de poder público. Y los lugareños aún no se percatan de ese desplazamiento poco perceptible pero determinante cuando el paisaje citadino se muestra colmado de rostros redondos, cuerpos algo amorfos y figuras incógnitas. Más grave todavía, cuando en las estaciones radiales se reconocen los traumas fónicos llamados golpes de habla, sin que aparezca la voz fuerte y pausada del mejor español hablado en el mundo. Se debería prestar atención al hecho de que aquel muchachito que llegó a la universidad reseñado como fuera de lugar, hoy muestre su crecimiento personal y exhiba el mérito profesional por encima –tal vez– de los samarios llegados de Los Andes, del Rosario, de La Nacional, incluso, de Harvard.


Esa es la sangre estancada del samario. Un Gregorio Samsa resignado y reducido en su miseria interior. Un sujeto que poco le importa lo que ocurra a su alrededor en los planos de alguna trascendencia local o regional; aunque se líe a puñetazos con el vecino porque no le dio los buenos días.


El progresivo desmantelamiento del criollismo ha producido nuevas formas de ser, de pensar y de actuar: El importaculismo llegó e invadió la conciencia colectiva del samario cultivando un laisse faire que ha servido de abono para que el saqueo y la desnaturalización de la patria chiquita galopen a ritmo acelerado. Claro, no olvidemos que los extranjeros de patio destaparon su cápsula de ermitaños y comenzaron un proceso de refundación social y cultural de la ciudad.


Aquel sujeto llamado injusta o justamente “corroncho” y quien igual a los pastusos era objeto de chistes groseros y vergonzantes, tanto por su idiolecto como por su forma de vestir, no solo hurtaba los espacios del mapa de la ciudad, sino que propiciaba la mezcla sanguínea a partir de las uniones maritales con las aquívivo. Mientras el presunto “manchívoro” compartía prácticas sociales y culturales con los samarios, a estos apenas les alcanzaba la creatividad para imitar modas, peinados y hasta estilos de vida foráneos, dando muestras de una supina xenofilia que pervive en el ideario social del samario, a veces sin distingo generacional.


Aquel samario llamado folclórico como sinónimo de indiferente, dejó de serlo. La desfolclorización llegó para alertarlos acerca del problema de seguir fingiendo una alegría que ya yace en las ruinas de un tiempo perdido. Los afanes del mundo moderno con su máquina devoradora de la economía de mercado no dan tregua. La constante exhibición del éxito, de la fama y la fortuna han ido arrebatando a la indiferencia algunas astillas que permiten ver al héroe de cerca. Nadie niega que la suntuosidad y la riqueza de Ronaldo, Messi y algunos intérpretes de Reggaetón despiertan la codicia de padres que hacen un gran esfuerzo por acompañar a sus hijos a prácticas y competencias deportivas, pensando en “tal vez” “por qué no” y si encuentran quien les aliente la avaricia sin misericordia, mejores padres serán.


No hay duda de que el olor yodado de la bahía ya no espolea el amor de patria chiquita como en el pasado. Muchos rememoran el pasaje del crack del fútbol samario Justo Palacio cuando fue transferido a más de un equipo del interior del país. En aquel entonces, abrumado por el frío y la distancia se fugó de la concentración y regresó a Santa Marta “porque le hacía falta el mar” como cuentan sus coetáneos.


De todas maneras, la fusión de samarios y provincianos no alteró la monoidentidad de los últimos. Estos se buscan, se organizan en colonias y tejen redes de fortalecimiento de su ruralidad, al tiempo que hacen valiosos aportes culturales con sus respectivas marcas idiosincrásicas que logran perpetuar su condición de forasteros: la comida, el baile, el acento, las muletillas y el espíritu solidario constituyen la semiosis compartida en ocasiones especiales y que van con los migrantes rurales a los lugares donde les corresponda vivir.


Como un refuerzo al desplazamiento sutil de los samarios, además de las migraciones rurales, como lo apunta el mexicano Néstor García Canclini en “Conflictos multiculturales de la globalización” (1995) la llegada de turistas, el desarrollo urbanístico hotelero y las intolerables invasiones de los espacios públicos, generan cierta desterritorialización de la cultura local” (pág.82) Y al samario no le importa. Ahora, lo “glocal” logra asumirse como fenómeno válido del proyecto general. “Glocalize: lo local globalizado” parte desde los barrios y se legitima como un todo compartido en la ciudad por las clases sociales sin distingos ni exclusiones, salvo la discriminación histórica con asiento en clubes privados. Nos acercamos a la carnavalización social planteada por Bajtín donde la desacralización y profanación de lo instituido moralmente tiene lugar y la desritualización religiosa se apodera de las calles y avenidas en préstamo por cuatro días. Pero la génesis del folclorismo carnavalizado la hallamos en la calle de un barrio, la alegría irrumpe y se impone antes de la emisión del Decreto que la bendice.


Nos toca decirlo. Ha sido una labor quijotesca, desde sus inicios, el anhelo de los fundadores del Carnaval de Pescaìto. Ese afán por recuperar la autenticidad creativa del samario bien vale la pena podiarlo, situarlo en escenarios honoríficos. Creo que no existen otros hechos culturales que procuren la reafirmación del samario. No tenemos noticias de alguna expresión sociocultural que saque al samario del cofre sellado del egotismo y de la indolencia, actitudes que abonan el camino para que la ruralidad no cese en su empeño de recolonización de lo público, mientras el samario busca oportunidades en otros mundos.


No obstante la acentuada indiferencia del samario frente a las realidades de su contexto socio económico y político –principalmente– hoy, la generación digital con título profesional padece de la angustiosa carencia de un presente con contenido y de un futuro con significado; sentimiento que se aproxima a los temores de los europeos por el tránsito masivo de las migraciones, como lo señala Bauman en “Extraños llamando a la puerta” (2016) Pág.11 “Para el grueso de la población, acuciada ya por una elevada precariedad existencial y por la endeblez de su posición social y de sus perspectivas de futuro, esa afluencia no significa otra cosa que enfrentarse a más competencia en el mercado laboral, a una mayor incertidumbre y a unas decrecientes probabilidades de mejora”.


Esta nueva generación emergió en medio de un caudal ruralizado con visión de mundo optimista y triunfalista que conquistó las universidades y empezó a llenar los vacíos políticos ignorados por los samarios. Mientras aquellos veían los escenarios pintados de esperanza para el crecimiento social, cultural, económico y familiar, los otros (nosotros) se desgajaban los cabellos culpando a Dios, unos y al dueño, los demás, por la eliminación consuetudinaria del Unión Magdalena.

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