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PALABRA DE MAESTRO: LA IZQUIERDA ABANDONÓ LA REFLEXIÓN

Por: Fare Suárez Sarmiento.


Las ambiciosas incursiones de la izquierda en el vecindario americano han bautizado la práctica política de gobierno con eufemismos, que en lugar de aproximar seguidores y cooptar indiferentes, los confunden. Vocablos y expresiones que caminan de boca en boca, del orden de democrática, progresista, centro izquierda, y más reciente, humana, en lugar de afirmar la confianza despiertan la duda, y promueven la indefensión política, sobre todo de quienes no han sido beneficiarios de la pedagogía pregonera de las tesis para convidar a la gente a la lucha democrática por la conquista del poder como gobierno alternativo, fundado en los principios de respeto a la dignidad, y participación social y política en los escenarios donde se estructura el Estado. También sumamos el bautismo peyorativo de los detractores al tildarla de comunista, radical, socialista, fascista, y a los líderes señalarlos como expropiadores. Pero esa nominación se debe a la disrupción ideológica que ha transitado de manera insospechada de las armas al latrocinio supino, y a la reducción de los actos de gobierno a la embriaguez de poder donde el punto de inflexión se centra en el continuismo a cualquier precio. La muestra más elocuente nos la ofrece la egocéntrica figura acezante de Daniel Ortega, esposado al trono de Nicaragua desde hace catorce años.


En fin, el catálogo de apellidos con el que suelen tratar de diferenciarse los líderes políticos sólo los encasilla en ladrillos ideológicos que crean muros de difícil escalado para aquellos que anhelan un presente distinto desde donde se pueda edificar un futuro alentador. Voces ultrajadas por el uso abusivo en conferencias, congregaciones en parques y cualquier escenario donde los bulticos humanos primero aplauden y después preguntan en susurro sobre lo que dijo el orador. Adultos y adolescentes que acumulan bostezos; estos últimos, observan temerosos preguntándose si ellos estarán condenados a repetir lo que están viviendo en el aquí y el ahora, o si, por el contrario, antes de la mayoría de edad podrán convertir sus deseos en un estruendoso tsunami humano capaz de rescribir la historia política del país.


Es posible que las expresiones de la izquierda contemporánea se vean precisadas a licuar sus discursos reivindicativos si estos llegaran a desafiar los intereses económicos de la derecha elitista, no obstante representar -según los cánones partidistas- los anhelos de las clases media y baja. Si el camino hacia el poder se transita forzado por alianzas, promesas y acuerdos, el olvido voluntario (¿obligado?) de las reivindicaciones y de la lucha por una democracia integral donde reine la igualdad de oportunidades para todos, intensificará la desesperanza de los outsiders hasta convertir el activismo en una diáspora política disfórica en la que la indiferencia de los otrora seguidores llegaría a confirmar el error habitual de la izquierda.


Esta nueva izquierda a pesar de preservar en su escondite ideológico la teoría de la lucha de clases como fundamento de otra utópica estructura social, ha iniciado procesos de actualización y de aplicación de distintas narrativas que dan cuenta de las realidades urgentes en materias social, económica, cultural y convivencial locales. Ya la mención de los nombres de Marx, Engels, Hegel y todos aquellos pensadores desde los cuales se buscó siempre un parentesco ideológico, apenas tiene resonancia entre los grupos cerrados en los que la izquierda aún bebe su copa de nostalgia. Hoy, los argumentos persuasivos para lograr la adhesión de los espíritus llegan cargados de eutopías, o sueños realizables. Aquel cuento de si no hay río para construir un puente, entonces construyo el río, quedó guardado y sellado en el cofre de los elfos, gnomos y duendes. La gente antes que empatía por los candidatos busca la concreción de acciones que procuren restablecerles el derecho natural al reconocimiento de la dignidad humana. Y ello solo se consigue a partir de la suplencia de las necesidades primarias como punto de eclosión para luchar por la realización como sujeto social con derechos reconocidos por la otredad y deberes por cumplir con la sociedad.


Hasta las palabras globalización y neoliberalismo se han ido esfumando del contenido de los discursos de la izquierda, conscientes de que alejan a sus potenciales representados de sus propias urgencias. Culparlos de todos los males de la sociedad de clases como solían hacerlo, provocaría la fuga silenciosa de las plazas cargando su bulto de expectativas y esperanzas y estimulando -tal vez- lo que Boaventura de Sousa Santos señaló en la Tercera carta dirigida a las izquierdas: las nuevas movilizaciones y militancias políticas por causas que históricamente pertenecieron a las izquierdas se están realizando sin ninguna referencia a ellas (salvo, tal vez, a la tradición anarquista).


No hay dudas del efecto de la manipulación de las masas, como una de las estrategias de la derecha para socavar la credibilidad de los fundamentos ideológicos de la izquierda. También se puede considerar como acierto de los grupos de poder mediático, el excesivo maniqueísmo que estimula la creencia de una presunta lucha entre las dos ideologías, posicionándolas como representantes del bien y del mal, otorgándole lo segundo a la izquierda. De esta manera, los propulsores y agentes del neoliberalismo se sirven del escaso sentido crítico de las clases populares para persistir en la transición de las responsabilidades del Estado al ciudadano; huelga decir, prevalencia de lo individual ante lo colectivo. Para fortuna, la izquierda aún persigue uno de sus más añorados desafíos: la unidad, a pesar de la creciente atomización que la obliga a pluralizarse en cientos de expresiones.


Creo que las condiciones objetivas para llegar al gobierno saltan a la vista del mundo entero. Los mismos medios que acechan los pasos de la izquierda colombiana, se ven forzados a narrar sin ningún asomo de fruición la carnavalización administrativa del país que inicia con el pillaje inmisericorde de los recursos de la nación, denominado eufemísticamente corrupción. Las dinastías de rancio abolengo enquistadas en el poder desde antes del diluvio, temen que más de la mitad del croquis rural de Colombia, junto con los ríos, playas, cerros, montañas, selvas y el aire que respiramos, regresen a su naturaleza pública. Esa es parte de las razones para tratar de convencer a las masas populares de que un gobierno de izquierda expropiaría a los ricos, y crearía una situación de hambruna que provocaría una estampida migratoria peor que la de Venezuela.

Bien sabe la élite burguesa nacional que, si la izquierda desmitifica los temores infundados alrededor de los objetivos y formas de lucha, muchos indiferentes y otros tantos simpatizantes silenciosos cambiarán el destino de su voto. Motivo fuerte para que la izquierda empiece a resignificar el sentido de la lucha; ya no debe de ser para lograr la reducción de la pobreza, como reza la tradicional paremia de la derecha; ahora, como refuerzo de las condiciones subjetivas los discursos deben centrarse en la lucha contra la concentración de la riqueza.

No hablamos (ni siquiera imaginamos) de volver ricos a los pobres, ni mucho menos empobrecer a los ricos. La clara propuesta de un gobierno alternativo construido sobre la base de fuertes principios democráticos tendrá que proponer la implementación de líneas jurídicas y acciones que las desarrollen y respalden para impedir, de una vez por todas la extracción de la sangre económica del cuerpo de la nación, cuya figura ya esquelatizada podría derrumbarse sin posibilidad de incorporarse, por lo menos, durante mucho tiempo. Aplicar el freno inmediato a la vorágine del capitalismo extractivista, como salvaguarda del fenómeno del apocalipsis ecológico es una tarea con declaratoria de urgencia.

La reinvención interna de la izquierda no da espera. La lucha contra el neocolonialismo y la guerra abierta al neoliberalismo que destruye hasta a los capitalismos nacionales en ciernes, deben ser agendadas para que desde la inminente llegada al gobierno se piense en planes de acción conducentes a la liberación y sanación gradual de esta insaciable sindemia. Pero antes, mucho antes, se plantea el imperativo de la reflexión tanto interna como la eventual motivación que convide a los simpatizantes, los indiferentes, los militantes, los activos de la derecha que simulan compartir su ideología, aunque muchos solo prestan su conciencia política mientras resuelven sus problemas personales alusivos a la ocupación laboral, principalmente.

Alzar la vista y observar que existe una contradicción nacida de los intereses de clases y reproducida por generaciones, que devela el poder político como un ejército enorme presto a preservarles lo que han expoliado a la Nación; una élite burguesa obsecuente con el capital extranjero, cuya burbuja íntima se estremece y sus miedos habitan las alcobas, desde el momento en que el galope de los ninguneados, los obreros, los profesionales, las amas de clase, los estudiantes y los ríos de esperanzas hagan despertar al país en una clásica alegoría a Fuenteovejuna.


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