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PALABRA DE MAESTRO: EFECTOS DEL ESNOBISMO PEDAGÓGICO

Actualizado: 11 sept 2021

Por: Fare Suárez Sarmiento.


La crisis pandémica sanitaria alteró el croquis rutinario de la humanidad y dejó al descubierto la desprevención de los gobiernos del mundo frente a fenómenos de alta probabilidad de ocurrencia, no obstante las experiencias históricas consignadas por anteriores ataques virulentos. Cada renglón de la estructura social sufrió la embestida letal sin distingos raciales, religiosos, culturales, económicos o edad; la devastación ha sido en todos los frentes y la educación no pudo esconderse.


El redoble estridente de campanas ahogaba los anuncios agónicos de “hay que hacer algo”. Pero el reto fue descomunal, el correr de los días obligaba a riesgosas improvisaciones. Los muertos eran anónimos, apenas se registraban con números como una forma de alimentar las estadísticas.


El jerarca educativo nacional asesorado por los expertos en tecnología e informática emitió un decreto, bendecido por los entes territoriales, mediante el cual las acciones académicas serían surtidas a través de medios informáticos. Ya se han mencionado desde distintas voces y medios las dificultades para que este método pudiera alcanzar el éxito en nuestro país, escindido extremadamente en rural y urbano; sin embargo, se ha pretendido exhibir los logros de algunas escasas escuelas por esta vía y extenderlos a lo largo de toda nuestra geografía educativa, otorgándole a la decisión administrativa el carácter de exitosa.


Un sistema agotado, deprimido y en evidente decadencia, catalogado por los iniciantes de las teorías de la desescolarización que dieron nacimiento a los movimientos como el homeschooling o unschooling, impulsados por Iván Illich, Everett Reimer y John Holo, tenía que salir de la satanización por la crítica. Estos autores, a nivel teórico, compartieron un posicionamiento crítico que les llevó a estudiar las instituciones educativas como los espacios más nocivos, absurdos, insidiosos, contradictorios y decadentes del cuanto el ser humano había levantado en los últimos siglos. En Colombia, los gobernantes no estimulan la reflexión ni el debate antes de promulgar normas y “legitimar” sus ideas; al contrario, las voces que se levantan surgen por la aridez científica y pedagógica de los contenidos; es decir, es común que en los cargos administrativos los nominados tengan la obligación de “hacer algo”, aunque ese algo sea concebido, importado de contrabando, para otro planeta.


El homeschooling como alternativa transitoria de ocupación académica para satisfacer las demandas de los padres, ignora el principio humanizante de la formación integral, además de la socialización primaria de los niños. Este método de ermitañismo pedagógico acrecienta las angustias individuales y quiebra la integración con los pares; la soledad interior se agudiza mientras el pensamiento libre permanece secuestrado, aislado de una realidad que requiere ser cuestionada, discutida, transformada. Pero en medio de la búsqueda frenética por hallar un proceso vinculante, inclusivo, este gobierno no tardaría en importar modelos que rechinan contra nuestra historia educativa y extreman abruptamente la profundidad de la brecha social.


Entendemos que la elaboración del Proyecto de Ley 094 (En próxima entrega nos acercaremos un poco al contenido del Proyecto de Ley: “Homeschooling”) con articulado sustitutivo de la Ley 115 de 1994, o Ley General de Educación, cuya pulsión se activaría en el año 202, se ha lanzado como prueba del grado de resistencia crítica que podría soportar durante y después del hirviente debate nacional, que por fortuna, ingresará a los hogares colombianos y –desde luego- se hospedará por largo período en la escuela. Es bueno anunciar que este columnista previó el nacimiento del “Homeschooling” en nuestro país, en virtud de que la “educación en casa” estaba destinada a perder su transitoriedad haciendo eco del lenguaje de terror expandido por la misma OMS y con la adopción sin reparos de los gobiernos del mundo. “El virus llegó para quedarse” y “tenemos que aprender a convivir con el Covid-19”. Fueron textos que dictaron sentencia de condena al ostracismo forzoso y abonaron el terreno para que la inequidad y la exclusión brillaran bajo la legalidad oficial. No basta para este gobierno que las consecuencias de la pandemia hayan reducido el vocablo pobreza, hasta convertirlo en “hoi polloi”, “outsiders” seres que apenas soslayan su existencia. No sería extraño que algunos desearan ver en materia al Covid-19, cazarlo, atraparlo y lanzarlo a la olla hirviendo.


Como el Homeschooling tiene sus parientes cercanos (deschooling, flexischooling, worldschooling, y quién sabe cuántos prefijos más soporte el vocablo schooling) no tardará el Ministerio de Educación en dictar una circular donde proponga para la Educación Media otra modalidad de desescolarización denominada unschooling, aunque tal vez más riesgosa para la salud mental y física porque tiende a caer en una especie de libertinaje cibernético por cuanto la internet queda a merced del adolescente con relativa independencia en el hogar. Lo peligroso de este método radica en la posibilidad de acercarse al síndrome japonés del hikikomori que consiste en encierros prolongados que pueden invertir años frente al ordenador y demás dispositivos electrónicos de los que disponga, todo con el auspicio complaciente de los padres, proveedores de las necesidades básicas de sus hijos. Los hikikomoris hospedan el mundo en su habitación, sin ninguna interacción con sus semejantes. En una cultura que les exige ser los mejores desde temprana edad, el temor al fracaso alcanza su punto de quiebre con el surgimiento de un descenso vertiginoso en el autoestima. La presión ejercida por el sistema educativo de Japón se expresa en la existencia de un estrecho vínculo entre las escuelas y los empleadores, de acuerdo con el profesor de la Universidad de Glasgow, Andy Furlong. De hecho, las familias de niños y adolescentes no han tenido tiempo para pensar sobre los aciertos o yerros de las estrategias usadas en esta fase de desescolarización obligada, menos lo tendrán los maestros recluidos en la agobiante incertidumbre acerca del mañana; tampoco lo tendrá la escuela que, a pesar de conocer el terreno fangoso en el que fue sumergida, accedió a complacer a los administradores de la educación en lugar de conminarlos a un debate donde retumbaran las voces que cargan sobre sus espaldas con la escritura apócrifa de la historia de la pedagogía en el país. Los maestros que tienen más que decir que lo que callan, pero sus discursos se esconden detrás del miedo a ser ninguneados, sepultados por la indiferencia de los que oyen sin escuchar por temor a ser desbordados por el pragmatismo de los viejos y el enciclopedismo pedagógico de los nuevos.


Ya se ha dicho, con razones sembradas en la experiencia, que circunstancias como las derivadas de esta pandemia, requieren del aliento de toda la sociedad y especialmente de la comunidad educativa. El proyecto de decreto de la aplicación del homeschooling, evidencia la heteronomía del ministerio de educación; el desespero por exhibir cualquier cosa que intoxique y deshaga la educación formal; nos habla del escaso respeto por el acumulado histórico en materia pedagógica del magisterio colombiano, pieza clave en el propósito descabellado de convertir la casa en escuela sin antes interrogarse e interrogar a la familia a través de sus interlocutores naturales: los maestros. Dos preguntas que deberían llenar el ámbito ministerial, dos respuestas que tal vez, forzarían una revisión de lo actuado en materia legal frente al modelo oficial propuesto. ¿Para qué la escuela? Es decir, cuál es la naturaleza de la escuela y cuál la formación autopoiésica de sus actores. En segundo lugar, cuál es la función de la familia y cuáles los deberes y obligaciones de los padres. Si los resultados no arrojan algún nexo o líneas vinculantes entre los dos escenarios, ninguna de las dos está dotada de la competencia ni legitimidad para invadir el espacio de la otra. No hay dudas de que se necesitan, porque la educación y la formación se conjugan en procura del crecimiento racional y el desarrollo sicosocial del individuo hasta alcanzar su libertad, como expresión del logro de su ciudadanía, pero ello no significa que puedan alternar sus funciones.


Perdió el gobierno colombiano el gran momento para conocer el universo creativo, el discurso innovador y la lectura actualizada de los efectos de la globalización, (elementos que nutren la capacidad transformadora del maestro) para diseñar nuevas opciones de enseñanza y construir mundos posibles de aprendizaje, que desborden la parataxis creada para continuar con los procesos educativos tan cuestionados por la sociedad, no solo por la inequidad y exclusión, sino debido a la puesta en común de una pedagogía de la simulación, de una obsecuente xenofilia made in USA. Si les hubieran preguntado a los maestros cómo continuar de manera provisional con la formación de los niños durante la pandemia, seguramente habría hasta libros escritos y los maestros –por fin- recuperarían su ethos profesional y repetirían con orgullo la frase del sociólogo mexicano Manuel Gil Antón: “Saber es el eco de mis palabras en otras bocas.”

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