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MONSEÑOR RAFAEL CELEDÓN MANJARRÉS: “EL OBISPO SABIO DE COLOMBIA”, SEGÚN LEÓN XIII

Por: Alfredo Avendaño Pantoja.


“Rafael Celedón Manjarrés es una de las figuras más sobresalientes en el siglo XIX en la literatura caribe. Su grandeza y talento han permanecido represados en los laberintos de la memoria”. Así comienza Rolando Bastidas la parte conclusiva del ensayo–“Rafael Celedón y los albores de la poesía caribe”–, sobre la vida y obra poética del ilustre prelado cuyo nombre, y ojalá que también su legado, trascienden en la más procera institución educativa de enseñanza media de nuestro departamento, y en una cátedra abierta en La Universidad del Magdalena.


Pero hay mucho más en este paciente trabajo de rescate y de recuperación de la memoria perdida. Rafael Celedón es hombre universal, ciudadano del mundo, militante obsesivo de sus ideas, ceñidas en lo pastoral y teológico a la más rigurosa ortodoxia, sin mengua de su apertura intelectual al mundo de las ideas. No era un ser vulgar, aunque no faltase alguno que mirase más a su bastardía que a su excepcional cultura de la que fue parte muy notoria su pensamiento ilustrado.


El mucho saber puede degenerar en patología del espíritu. “La ciencia es necedad –escribía Rafael Celedón– cuando no tiene por objeto a Dios”. Pero a Dios se lo encuentra en el otro, en el prójimo, y a su lado estará él como humanista, como sacerdote misionero, como obispo, obligado a defender su grey, de los lobos y de los falsos pastores.


Es en ese contexto de compromiso con el “depósito de la fe” desde donde hay que mirar algunas de las posiciones ideológicas del obispo, interpretadas en su momento como intemperancia política, ideológica o religiosa. Fidelidad a una doctrina y no fanatismo, es el rasgo distintivo de un religioso que cantaba las excelencias del papado y predicaba su infalibilidad. Mentalidad tridentina, si se quiere. La adhesión al magisterio de la Iglesia explica su rechazo y condena del racionalismo cartesiano, continuado por Spinoza y Leibniz, filósofos muy cercanos y decisivos en la formación del prelado.


Para Rafael Celedón no hubo conocimiento que le estuviera vedado: militar, poeta, filósofo, teólogo, matemático, lingüista, gramático, antropólogo, abogado, historiador, filólogo, sacerdote, obispo, educador y misionero, humanista y miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. En todas estas facetas hay un legado que Rolando Bastidas se esfuerza por rescatar. Dura tarea por tratarse de tantas virtudes y tantos talentos reunidos en una sola persona. Bueno es el resultado pese a que el ensayista aparenta ceñir su trabajo a la producción poética. Pero aún desde allí, la dimensión humana e intelectual del obispo trasciende todas las fronteras.


No es de gran momento dilucidar las corrientes estéticas inmersas en la obra poética del Monseñor Celedón. Un poeta sacerdote, formado en el rigor de la cultura grecolatina, no podía ocultar sus simpatías por el equilibrio armónico y la perfección formal del neoclasicismo, pero sin los vicios que se le asignan a ese movimiento de escasa transcendencia.


En la oda “A Bolívar en su lecho de muerte”, de Rafael Celedón, es innegable la influencia del cubano José María de Heredia y de su “Oda al Niágara”; en ambas alienta la corriente neoclásica al igual que el subjetivismo, el amor por la naturaleza y la exaltación anímica del romanticismo.


El “Himno a Padilla”, de Celedón, muestra marcadas coincidencias con el romántico español José de Espronceda. Algunos versos del poema:


“Altas las anclas, redondas,

Con viento en popa las velas

Anchos surcos por estelas

Irrumpiendo crespas hondas”


Compárenselos con estos versos, también octosílabos, del español:


Con diez cañones por banda,

Viento en popa, a toda vela,

No surca el mar, sino vuela,

Un velero bergantín.


Un ejercicio similar puede intentarse con la oda “La Vida del Arhuaco”, también de Rafael Celedón, cotejándola con la oda a la “Vida Retirada” de Fray Luis de León, para identificar la extraordinaria simbiosis entre el prelado poeta y el clásico salmantino.


Para Rolando Bastidas, “Celedón es un poeta complejo: a veces es neoclásico… otras veces es romántico”. Lo primero, por su condición de sacerdote familiarizado con el mundo de los clásicos; y lo segundo, por su infatigable preocupación por los temas sociales.


El barroquismo del obispo Celedón es otra cosa. Lo barroco surge al mismo tiempo en que se agota una concepción del mundo para enfrentar, ante todo, una crisis de espiritualidad. El siglo XIX generó crisis convulsivas: junto con la revolución industrial surgió el clamor de Karl Marx: “proletarios del mundo unidos”; fue el siglo de la encíclica Rerum Novarum, que abre las compuertas de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, el siglo del racionalismo, del utilitarismo, de los movimientos nacionalistas de independencia, del enfrentamiento entra la razón y la fe. Un siglo que todavía muestra el sello de la ilustración. Para el obispo Celedón debió ser la lucha entre la serenidad y la pasión, difícil en un religioso con tendencia mística y que a pesar de las convulsiones seculares vivió, él su ejercicio pastoral, la humanización del misticismo.


Demasiado sensible el obispo Celedón como para no sentirse torturado por el tratamiento inhumano que se tributaba al trabajador. “En Celedón hay una manifestación de amor al prójimo, a la naturaleza y a la ardua defensa de la vida, las costumbres de la región, y una invectiva contra las injusticias sociales”. Nada extraño, pues, que el barroco permee la obra de monseñor Celedón; un barroco más cercano a los antecesores nacionales que al legado de la península.


Monseñor Rafael Celedón fue un visionario de los cambios que habrían de venir sobre Europa, años después. Hábil para auscultar la sociedad y el paso de los siglos, logró detectar lo que pesa el pasado sobre el presente, como una manera de prever el futuro. El obispo fue un hombre de su siglo, cuando el conocimiento no se había atomizado; de ahí la trascendencia en el tiempo y el espacio, y la justificación de este trabajo de recuperación de su obra. Hoy, aparentemente, sabemos más, pero comprendemos menos. La vida humana está en entredicho, y se feria en las plazas de mercado. Sus deseos de reconciliación, ayer y hoy, nos invitan a “guardar las ganas de batirnos para cuando la patria esté en peligro”. El único caballero de honor, para él, es el que defiende la patria, sin esguinces, sin mentiras, sin calumnias.


Queda una deuda pendiente: rastrear los escritos todos, de monseñor Celedón, con sus cartas pastorales y de ocasión, para penetrar aún más en su concepción holística del hombre y del universo. Ya hay un camino desbrozado, y en ese recorrido podemos entrar en acuerdos o desacuerdos con el autor de esta investigación; algo tan necesario para desvanecer las sombras que todavía ocultan el rostro verdadero de una de las personalidades más fascinantes de nuestro siglo XIX.


No sobra manifestar que esta obra de Rolando Bastidas había sido ofrecida al Fondo de Publicaciones de la Universidad del Magdalena, pero las muchas dilaciones llevaron a su autor a presentarla al concurso abierto por el Fondo Mixto de la Guajira cuyo jurado la seleccionó entre las ganadoras, con la garantía de su publicación inmediata.


De paciente en turno y siempre en tercería, pasa a ganador. “La piedra que desecharon los constructores se convierte en piedra angular del edificio”. Así es la vida.


Nota Bene: Es esta una invitación, con motivo de la celebración de las fiestas en homenaje a Santa Marta, a leer o a releer el ensayo del profesor investigador Rolando Bastidas Cuello, titulada “RAFAEL CELEDÓN Y LOS ALBORES DE LA POESÍA CARIBE”. No olvidar que la cultura entró a Santa Marta por los caminos de la Guajira.

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