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A SANTA MARTA: CIUDAD DOS VECES SANTA

Por: Rosember Rivadeneira Bermúdez.


Tierra forjada por una historia que a todos les parece meritoria, y en sus noches la magia divina la viste de perla, para que nadie se niegue a quererla.


De la Virgen tiene lo Santa, y de Marta la dulzura que a todos encanta.


Pero es debido a su nombre y a la unción celestial que todos la conocen como la ciudad dos veces santa.


Fue Rodrigo de Bastidas quien a esta ciudad le dio la vida. Desde entonces al mundo le ofrece la bienvenida, y por eso para nativos y extraños siempre será la más querida.


Luchas sangrientas se libraron con nuestros indígenas, a quienes los conquistadores redujeron a una centena, pero la voluntad divina los protegió y nos reconcilió, en el pico más helado Dios se transfiguró, prohibiendo al mundo someterlos, so pena de considerar el acto un anatema, y desde entonces en la Sierra Nevada continúan su majestuosa faena.


De la Sierra y de este Valle son los auténticos guardianes y nosotros los hermanos menores, por eso oran a sus dioses y espíritus benefactores, para que la madre naturaleza deje de vernos como sus destructores.


Abriste tus puertas a Bolívar. Al poco tiempo tu brisa fresca transportó al cielo el alma del libertador, quien, en su viaje por las nubes, a los ángeles confesó que fue tu admirador.


Debido a la necesidad de educar a los nativos, Rodrigo Noguera Laborde en tu tierra fundó la primera escuela de derecho, conocida como la Sergio, para que tu pueblo no perezca a manos de los soberbios.


Te engalanan barrios populares, que vieron nacer a las glorias del deporte, cantantes, poetas y escritores, y en el que los artistas emplean su arte para enseñarnos a amarte, valorarte y respetarte.


Por mandato del pueblo, tus dirigentes constituyeron la insigne Cruz de Bastidas, con el propósito de exaltar a los ciudadanos que colocan el pecho y emplean la sabiduría para que tu dignidad no sea destruida.


Tu población despierta con los primeros rayos del sol para adorarte desde su ventana, arriban a la orilla de la playa, se persignan y te bendicen, por ser la ciudad dos veces santa.


Nos sumergimos en la calidez de tu mar, que nunca nos cansamos de amar, y en cuyo tierno oleaje toda tempestad llega a su final.


La naturaleza te premió con incontables playas, para que quien te visite se enamore y nunca se vaya.


Contemplo a tus nativos sonreír al escuchar la bullaranga de los pescadores que retornan felices a la bahía de Taganga.


He ahí la puerta de entrada del pescado fresco con que a tu pueblo el mar está dispuesto a alimentar.


Transportado en una balsa o dando pasos por el cerro, el aventurero descubre la Playa Grande, mientras disfruta las caricias con las que el viento alegra su viaje y del sonido que el mar emite con el oleaje.


Quien transporta por sus venas sangre de romancero, le pide la mano a su amada en la playa del rodadero. Y el anillo coloca en su dedo anular, para luego darle un beso bajo un eclipse lunar.


Y hasta presiento que los enamorados le declararían la guerra al odio en la Bahía, y vivirían felices en su idílica anarquía.


Al visitar el Parque Tayrona y contemplar la magia que la naturaleza, la fauna y la flora pregonan, sabrán por qué en él nadie se desilusiona.


A tu población consientes en las playas de Buritaca, para que se deleiten con los frutos del río y del mar, mientras descansan tendidos en una hamaca o sentados en una butaca.


Después del cálido beso de los mares, nos ofreces el fresco abrazo de la brisa y el paradisiaco paisaje de Minca, territorio en el que los indígenas bendijeron sus altares, para que en tu tierra nadie delinca.


El recuerdo de mujeres bellas y preparadas, de hombres cultos, de una juventud pujante, estudiante, trabajadora y deportista, de ancianos honestos, portadores de alegres anécdotas y bellas infancias, es lo que los turistas transportan en sus corazones, luego de sus prolongadas estancias.


Te amamos Santa Marta, eres la tierra de nuestra infancia, la perla que nos deslumbra, el mar que atrapa al sol y luego besa a la luna, y en la que el cuerpo muere, pero el alma se perpetúa.

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