Columna 7
UNA PROTESTA INCOHERENTE
Actualizado: 19 jul 2021
Por: Rosember Rivadeneira Bermúdez.
Aplausos para quien marcha pacíficamente, pero repudio para quien contribuye al estado de ignominia.
El ejercicio de los derechos no puede asimilarse a un río desbordado. Existen barreras que se erigen como garantías para preservar la convivencia. Al cruzar la frontera se consuma la oscura y nefasta práctica que transgrede a las garantías constitucionales.
El futuro está siendo despedazado por las garras de la ignorancia. Los inconscientes talan los árboles para comerse los frutos. Quienes marchan violentamente no pueden reclamar amor esparciendo odio y lanzando golpes.
A la anterior generación se le imputa el hecho de ser pasiva y permisiva. Pero a quienes integran la nueva generación se les acusa de inmediatistas, imprudentes, arrogantes e inmaduros, y adicionalmente de asumir un rol sumiso ante el manipulador. Donaron la consciencia para ser cosificados, permitiendo que los empleen como conejos de laboratorios con los que experimentan la fórmula de la violencia.
Las trágicas escenas protagonizadas por quienes marcharon violentamente demostraron que los falsos representantes del poder se metieron con algunos elementos de la generación equivocada. La corrupción despertó el instinto devorador que habita en determinados miembros de esta generación, cuya conducta revela el desprecio que sienten por sí mismos, lo poco que les importa calcinar los bienes públicos y privados, y su inclinación para participar en el derramamiento de la sangre por la que irónicamente reclaman justicia.
En este país no existen seres de sangre azul, oliva o de cualquier otro color que permita clasificarnos en una determinada condición humana. Todos somos colombianos, por ello, cada gota de sangre que se vierte es un hogar que se destruye. La violencia del presente es la semilla que dará vida a los frutos contaminados en las siguientes generaciones.
Recorren las calles y avenidas seres transformados en las marionetas de una ideología que los instrumentaliza para que el producto de la corrupción cambie de manos. Extienden la alfombra para aplaudir el paso del nuevo amo que cuenta con igual o mayor capacidad para maltratarlos, someterlos y manipularlos. ¡Se avecina el tiempo en que una nueva mano rompa el saco!
La falta de carácter de algunos marchantes se revela cuando asumen una posición sumisa ante el mandato autoritario de confinamiento, ante la prohibición de trabajar, de circular por su ciudad, de gestionar la explotación de la empresa privada y de compartir con sus seres queridos, bajo el argumento de la preservación de la salud pública. Pero la idiotez emerge cuando se levantan las restricciones con el propósito de alimentar el ego del gobernante, quien, creyéndose con el poder divino de conjurar el virus, arroja a nuestros jóvenes a las calles para demostrar su capacidad de convocatoria y de destrucción.
Veo a ciertos miembros de una generación arreciando su pobreza y alimentando la corrupción, mediante la destrucción de bienes públicos, cuya reparación, irónicamente, será contratada por los políticos en contra de los cuales marchan.
La historia clasificará a ese reducido grupo de violentos como los espectros voraces de las protestas que luego se convirtieron en los débiles borregos sacrificados en las urnas.
Los resultados de las marchas violentas evidencian a una sociedad incoherente, que pretende satisfacer un anhelo popular mediante la destrucción de las garantías existentes.
Observamos a sectores de la población reclamando el cubrimiento de una necesidad mediante la imposición de un estado generalizado de escases y desazón.
Palpamos a una sociedad que reclama progreso destruyendo todo lo que encuentra a su paso. Es irónico que, quien quiera incrementar a doscientos pesos su riqueza, rompa el billete de cien que ya posee.
Emana un nauseabundo olor a azufre de una parte endemoniada de la población que reclama oportunidades laborales destruyendo a las fuentes de empleo privado, saqueando al pequeño y mediano comerciante y quebrantando el estado de seguridad económica del cual depende el sustento de las familias.
Intoxica el trago amargo ofrecido por aquellos que reclaman acceso a la educación, mientras revelan su ignorancia destruyendo y enlodando a las instituciones educativas. De los alumnos que, a pesar de recibir una educación gratuita, atentan en contra de la estabilidad del santuario del saber y defraudan la confianza del pueblo que aporta para consolidar su futuro profesional.
Me niego a creer que el cambio se logra incurriendo en los mismos actos del verdugo que pretendemos derrotar. ¿Con qué autoridad podría reclamar libertad quien secuestra a los demás?
No puede enarbolar la bandera de la libertad de expresión quien se dedica a forzar la consciencia ajena y a violentar a los que no comparten su ideología. No es sano ni coherente sentir amor por un color y destilar un odio irracional por los demás.
Es necesario discernir y reclamar autonomía, pues algunos líderes perversos simulan apoyar a los jóvenes incautos, facilitándoles el ejercicio de la violencia, y en tal propósito recrean el escenario perfecto para burlarse de los marchantes que se dedican a hacer el ridículo mediante sus violentas actuaciones circenses.
Los inducen a provocar a la fuerza pública, los exponen a arriesgar su integridad vital para luego sacar provecho de sus muertes. Quien los lanza al fuego sonríe, mientras que los padres lloran. Sus extintas vidas serán el abono que sustente el discurso de esos verdugos a los que se les hace agua la boca con cada gota de sangre que se derrama.
Por eso, el malhechor que los induce a beber la pócima de la ira, los contempla expectante desde su poltrona, asombrándose al ver cómo la violencia los transforma y, cual congregación satánica, clama para que sus cuerpos sean derribados por las balas o el garrote.
¿Desde cuándo el desposeído debe atraer la atención del gobierno destruyendo a quienes padecen el mismo flagelo?
Los excesos de la fuerza pública también han sido lamentables, no es un policía lesionando o asesinando a un civil, se ha tratado de una guerra entre dos hermanos colombianos, de Caín asesinando a Abel.
Al finalizar este periodo de violencia, quienes encarnan los polos opuesto del poder público, esto es, quienes roban por derecha y por izquierda, continuarán incrementando su riqueza, renovando la vestimenta de sus armarios, viajando por la faz de la tierra, surcando los océanos en lujosos yates y calzando los zapatos ferragamo que ningún marchante tiene la capacidad económica de adquirir y mucho menos les será obsequiado por quien los invita a exponer la vida mediante el ejercicio de la violencia.
La protesta pacífica fortalece al pueblo, revela civismo y progreso intelectual. La marcha violenta, por el contrario, revela la capacidad de cosificación de los perversos. En la primera triunfamos todos, en la segunda solo el líder, y será este quien se siente en la mesa de la victoria dándole la espalda al pueblo.
Despertemos, recuperemos el rumbo y retomemos el legítimo objetivo.
¡No marchamos para destruirnos!
¡No marchamos para cambiar de amo!
¡Marchamos para progresar!