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UN PECULIAR PARAÍSO

Actualizado: 19 jul 2021

Por: Pedro Luis González.

Colombia país de exuberantes paisajes y comida exquisita, territorio donde lo más bello se funde con lo atroz, donde el diablo y los ángeles libran una cruenta batalla disputándose el alma del colombiano. Ese ser que a un desconocido le brinda la atención de un familiar pero que al mismo tiempo es capaz de cometer las peores aberraciones; una nación que guarda para si un multiuniverso que escapa a la más fina compresión del mejor filósofo, donde la memoria y la desmemoria comparten el mismo código genético.


Hace 72 años un hombre culto se levantó entre las multitudes que lo adoraban y clamaban su nombre cual profeta, ese líder de aspecto indígena con una retórica sin precedentes, un discurso unificador, por vez primera el populacho vivía bajo un mismo techo, por fin alguien los representaba y sentía lo que ellos padecían, ¡Gaitán! ¡Gaitán! ¡Gaitán! Se escuchaba y retumbaba por los rincones de todas las calles, ¡a la carga! Gritaba el líder por la radio y en plazas públicas, era la esperanza, el ungido. Todo se derribó, dispuesto a almorzar una tarde del 9 de abril de 1948, un compatriota le atravesaba el pecho con varios disparos mortales. Desde ese momento todo cambió la esperanza se convirtió en venganza, la tolerancia en odio y el amor en miedo. La vida ya no dependía del trabajo, el azul y el rojo transformaron el alma invicta en una cloaca ventajista e infame.


La mayoría campesina y sin poder era despreciada por la minoría privilegiada embriagada de poder, los unos contra los otros, las armas empezaron a hablar por las bocas, la muerte por el otro se hizo tan común como el canto de las aves al amanecer, y entonces las verdes montañas fueron hogar de monstruos llenos de sed de justicia, aquella que nunca llegaba, la impunidad parió a la venganza y la empatía huyó por la ventana, los machetes ya no cortaban la maleza, sino cabezas, la mujer volvió a convertirse a lo que la historia la había relegado: un botín de guerra, a los niños se les cambió el tetero por el fusil y se hicieron hombres del terror. Así ha andado Colombia casi un siglo, hermano matando hermano.

102 comunidades indígenas habitan el basto y montañoso paisaje, digno de cualquier cuadro de Rembrant, las impenetrables selvas sirven como ciudades a un sinnúmero de nativos que viven en uno con la naturaleza, privilegiados son aquellos que pueden compartir su sabiduría con todo lo viviente, son ellos hoy en día a los que se les grita verdugos en la calle, ¡que se le grite verdugo a la víctima! Son estas comunidades origen de la cultura actual, los hermanos mayores. Todo extranjero que conoce, se interna y convive en la Colombia desconocida, no quiere irse, sabe y entiende que lo que tiene ante sus ojos es algo único, más no así el local, da por sentado el mar, la niebla, el río, la fauna y flora que adornan un edén poco respetado. Tierra de hombres honestos que cultivan el alimento en las empinadas laderas, campesinos ignorados y vejados por una violencia cuyas raíces encuentran su suelo en las más altas esferas del estrato social, aquellos que pagan para robarles por lo único que viven.


262.000 puede ser un numero al azar, pero esos miles son los muertos que ha dejado el conflicto armado desde que asesinaron a aquel buen hombre en la fría Bogotá hace 72 años, ¿cómo es que se ha permitido tanto llanto y horror? ¿A quién le beneficia el desmesurado oprobio? Tanta violencia ha hecho su labor en el corazón ciudadano, este se ha acostumbrado a prender el televisor y atiborrase con los crímenes más atroces o lo que es peor, con chismes de bagatelas. El vecino en contra de su igual porque este apoya a un candidato y este al otro, sacándose las vísceras por personas más no por ideas. Gobiernos que desde que bajó Bolívar al sepulcro no han hecho otra cosa que mancillar el honor de sus electores, víctimas estos últimos de sus criminales leyes y leoninos tratos. No está lejos en el horizonte el tiempo donde esos odios heredados sean aniquilados por magnanimidad del perdón y la calma que trae la verdad, no está tardío ese momento en el cual las voces se unan bajo un mismo techo y esta vez sí, se pongan de acuerdo para avanzar y construir sobre el valle de lágrimas una nueva vida, un nuevo destino.


En tiempos actuales la mujer y el hombre común se han visto afectados en sus seres más íntimos por culpa de un diminuto ser microscópico que puso al mundo patas arriba, todos enjaulados como loros caseros, obligados a pasar más tiempo en casa, virus que no solo atacó la salud sino los bolsillos, el desempleo aumentó a límites insospechados, pero aun con todo eso el colombiano sale a buscar su sustento con una sonrisa que nadie se explica de donde sale, una actitud positiva frente a la vida que ningún psicoanalista podría descifrar, ese ser que aun habitando un mundo tenebroso donde la muerte hace más presencia que en el inframundo de Ades, no pierde la fe, vive con una enfermiza esperanza de que todo mejorará, que nada se puede hacer porque mañana saldrá el sol y hay que seguir viviendo, tal vez el super de Nietzsche este en ese vendedor de aguacates que sale con su carretilla a las 4 de la mañana con una alegría insospechada, sin importar que le depare la vida él debe seguir, ella debe seguir porque no importa que pase fuera sino dentro lo más importante. Este es el paraíso para algunos el infierno para muchos, y lo único para otros.

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