Columna 7
UN MANTO DE RAYOS DE LUNA
Actualizado: 19 jul 2021
Por: Marcos Rafael Rosado Garrido.
Leyendas y mitos reflejan el alma de los pueblos, y cómo interpretan estos su cosmogonía. Es imposible estudiar una cultura sin conocer esa mónada de valor que es la religión, que sumada a otras mónadas (historia, arte, filosofía, etc.) estructuran esa cultura. Escaso resultaría tratar los mundos griego, hebreo, germánico, tairona, azteca y maya, por nombrar unos cuantos, sin hacer alusión a sus mitologías y leyendas.
De niño tuve la fortuna del acceso a unos comics procedentes de México de nombre Joyas de la mitología y Leyendas de América, con los cuales nutrí mi afición por esta parte de la antropología cultural. Sigue vivo ese amor y trato de trasmitírselo a mis hijos.
En la mente infantil quedan grabados hechos que impactan esa psicología temprana; canciones, gestos maternos y paternos, olores, lugares, y también narraciones como literatura infantil, mitos y leyendas.
Las veleidades del tiempo corroen en mayor o menor grado esos recuerdos, y conscientes de eso tratamos de recuperarlos, muchas veces sin alcanzarlo. Desaparecen las ediciones y las editoriales, se destruyen los libros…
Escojo dos leyendas de nuestra América indígena para comentarlas hasta donde las recuerdo. Ojalá alguien me ayude a completarlas o a ubicarlas nuevamente.
La primera, da el nombre a la columna. Es de alguna etnia indígena de Mesoamérica, veamos:
La infaltable princesa en edad de merecer, hija de un poderoso cacique. Este ofrece la mano de aquella al pretendiente que haga el más valioso regalo.
Guerreros ricos y poderosos hacen gala de su imaginación para alcanzar el amor de la joven india. Uno, arranca un pedazo del arco iris, y elabora una corona con múltiples colores para la pretendida.
Otro, con una flecha consigue un trozo de una noche estrellada, y fabrica como obsequio un traje lleno de estrellas.
Y el pretendiente pobretón del cuento, sin poder ni riquezas, regresa triste a su tribu, pero en el camino encuentra una pequeña araña ahogándose en un charco, le tiende una rama y la salva. El animal le pregunta el porqué de su tristeza, él cuenta, y la araña responde que esperen la noche. Aparece la luna llena, y la arañita comienza a tejer un manto con sus rayos...
¿Puede amigo lector imaginar lo maravilloso del tejido resultante? Aquí la imaginación tiene que entrar a funcionar: ¡un manto de luz de luna! Obviamente, con semejante regalo, alcanzó la mano de la princesa.
He identificado esta leyenda con todas las virtudes del hombre, pero más que todo con el concepto de la gratitud (la araña), y con la de los actos solidarios de un corazón noble (el pretendiente que a pesar de su abatimiento salva al arácnido) que se sobrepone al propio sufrimiento para paliar el ajeno. Si lo visualizamos no desde la relación hombre y animal, sino la de dos seres vivientes, ambos sintientes, podríamos hablar de un amor al prójimo, con la posterior y debida grata recompensa.
La segunda leyenda es panameña. Podríamos llamarla La leyenda de Chucunaque y Tabasará. También de pasiones, odios y amores, pero proyecta con el tiempo un sentido histórico y nacionalista. Ya verán.
Chucunaque, una bella india, es cortejada por un noble y esforzado guerrero. Pertenecen a tribus diferentes, en guerra entre sí, el odio y la muerte son la constante. Nahuaro, un hechicero, es el cacique de la tribu de Chucunaque y se opone a la relación. La cabeza de la tribu de Tabasará es otro hechicero (no recuerdo su nombre) que apoya los amores de aquel y lo ayuda. Los enamorados se comunican a través de la mascota de la india, un pájaro que les sirve de lleva y trae.
La situación de ambos se complica. Nahuaro, dispuesto a separar a los amantes, con un conjuro parte el istmo en dos, separando a aquellos. El otro hechicero a su vez, conjura a los animales, sobre los cuales tiene poder, para rellenar el canal abierto, y junto con los hombres de su tribu lo consiguen.
Chucunaque, sin embargo, por creer no volver a ver a Tabasará, muere, y sus lágrimas y ella misma se transforman en un rio. Aquel, al conocer la desaparición de su amada, ruega a los dioses lo vuelvan de piedra para no sentir más dolor. Los dioses lo convierten en una cadena montañosa.
Con el tiempo, el Rio Chucunaque horadará hasta llegar a su corazón a la Serranía de Tabasará. Así se llaman en la geografía de Panamá. Y se escuchará por siempre al pájaro mascota de la india llamarla con su canto onomatopéyico …Chucunaque…Chucunaque…Chucunaque. Así canta.
Dicen que la leyenda es una premonición indígena del Canal de Panamá, que colgará a Colombia un sambenito. Quizás por esto no puedo evitar comparar al brujo Nahuaro con Theodoro Roosevelt, y con nuestro José Manuel Marroquín, que con un increíble acto de brujería, habiendo recibido una patria, pudo devolver dos.
El otro hechicero sería un soldado a quien García Márquez en su discurso en Estocolmo, llamaría un militar demócrata, el general Omar Torrijos, quien sin magia sino con un tesón de honor nacional recuperaría el canal y la dignidad para su patria.