Columna 7
SANTA MARTA EN EL PURGATORIO
Por: Wesley Hinguelber Campo Ospino. Odontólogo y miembro de la plataforma distrital de juventud como delegado de Somos.
Dicen que después de la muerte las almas que pueden ser salvadas van al purgatorio a recibir una especie de purificación final para llegar al reino de los cielos. Por mi parte, cuando escucho esto no puedo dejar de pensar en un símil esperanzador con Santa Marta. El alma de la ciudad que debe purificarse de una profusión de pecados que le han traído como consecuencia los más funestos eventos, dejando así miradas al cielo en busca de un milagro.
Quiero comenzar este camino hacia la soñada redención identificando uno los pecados que nos atan a esa especie de sala minimalista que incita a la introspección en busca de la plenitud como ciudad: La pobreza. Si bien no es un pecado, es una consecuencia de un maremágnum de eventos desafortunados. Los índices nos apuntan como un pelotón de fusilamiento a un 51% de pobreza y 12% de pobreza extrema. En otras palabras, estos porcentajes dicen que de 550.000 personas en promedio que tiene la ciudad, alrededor de 346.500 se encuentran bajo la línea de pobreza.
La pobreza es una condición que trasciende mucho más allá de sí misma, debido a que no es solo la falta del recurso económico mediante el cual se genera un bienestar o una calidad de vida, sino que también es la triste incapacidad de desarrollar todo el potencial de una persona y sus cualidades de ser humano, lo cual es una desgracia.
Una de las múltiples raíces del problema es la falta de educación. En teoría, a mayor escala educacional, mayor ingreso. Quiero hacer una pequeña disquisición: Santa Marta se encuentra entre los últimos lugares en niveles educativos a nivel nacional y Colombia en los últimos a nivel mundial. Basta con entrar a un aula de clases de cualquier colegio oficial para entender el por qué. A eso le añadimos que, aunque se estudie con el mayor esfuerzo, no hay garantías de un trabajo que genere retribuciones económicas. Dejando así, casi a la espera de un milagro para tener una movilización social.
Siguiendo el ejercicio de intentar mirar el por qué, podemos ver el papel que juega la alimentación en la pobreza. Trabajar sin fuerzas es casi como pedirle a un pez que corra una maratón. Cuando uno es pobre, toda la comida que puede pagarse apenas permite movimientos vitales básicos y, quizá, recuperar los escasos ingresos que se utilizaron inicialmente para conseguir esa comida. De esta manera se vuelve un círculo del cual es difícil salir. Si a este problema sumamos la tasa de inflación, nos quedamos locos al ver un 12%. Quiere decir que el dinero aquí cada vez vale menos y las cosas cuestan más. Sí, la perla de América tiene el título vergonzoso de la ciudad con mayor inflación del país.
La ciudad parece un relato dantesco, en el cual, en busca de una salvación, hay que batirse con todo tipo de contratiempos a medida que se pulula el camino hacia la redención. Hablar de los problemas sin dar posibles soluciones siempre me ha parecido una querella al aire que no acarrea un movimiento y que acaba en el negativismo vergonzante. En este purgatorio, lo primero que debemos hacer es perderle el miedo a la luz, devolver la esperanza perdida durante todos estos años, en especial a la juventud y creer que entre nosotros podemos construir una ciudad llena de oportunidades donde no tengamos que exiliarnos para poder estudiar, para poder trabajar y tener mejores oportunidades. Debemos tomar las riendas de Santa Marta y llevarla del purgatorio al cielo. Debemos hacer que las cosas pasen.