Columna 7
PROTESTA EL LITIGANTE
Por: Rosember Rivadeneira Bermúdez.
En el ejercicio del derecho hizo carrera la fatal práctica profesional de cerrar los ojos y sufrir en silencio la injusticia para evitar que, a causa de la supuesta “solidaridad judicial”, nos ocurra un mal mayor.
Egresamos de la academia respirando aires de romance y hasta poderosos nos sentimos al conocer el cúmulo de herramientas que el legislador dispuso para garantizar el ejercicio de los derechos y libertades ciudadanas.
En la escuela jurídica comparamos al derecho con el cielo colmado de estrellas, pero al practicarlo descubrimos al infierno en llamas. Es el escenario en el que recibimos la bofetada que despierta a los teóricos sonrientes.
Se trata del círculo vicioso experimentado por los profesionales que, desde épocas remotas, elevan la incesante queja por el abismo existente entre la teoría y la realidad.
Principios rigurosos, términos perentorios, prelaciones legales para dictar sentencia y un trato digno para los usuarios y profesionales es la consigna. Sin embargo, el litigio es un terreno en el que se libra una batalla feroz y, al derramarse la sangre del litigante, advertimos que el catálogo de garantías se transforma en un océano de mentiras.
Y es cierto, pues la experiencia lo ha demostrado, que los únicos términos improrrogables son los del usuario, mientras a los del juez, muchos tienen que esperarlos en el obituario.
También hacen presencia algunos Jueces arrogantes y vengativos que asumen como un agravio los requerimientos insistentes y respetuosos del usuario, de empleados displicentes, teléfonos desconectados o que no contestan, correos que no responden, turnos que no se respetan, pero también salarios que por un lado el Estado cancela y honorarios que, a causa de la mora, solo en nuestra mente se acarician.
Las legislaciones procesales prometen celeridad, pero lo cierto es que el derecho se ha convertido en el arte de sufrir y esperar.
Habrá olvidado alguno que la sentencia oportuna es el instrumento que disipa la incertidumbre y revela el rostro de la certeza. Es el llamado que coloca fin a la terrible espera, permitiendo a los usuarios resolver el conflicto social, estrechar sus manos y avanzar por el camino de la anhelada paz.
Hoy contamos con un sistema oral que no se divorcia de la antigua máxima, pues la vida útil del abogado continúa equiparándose a dos procesos ordinarios. Podría afirmarse que la sentencia es el anuncio de la mesada pensional y, el proceso ejecutivo Estatal, las hijuelas a disputarse los herederos.
Ejerciendo las garantías constitucionales, observamos a jueces y empleados cesar en la prestación del servicio judicial, reclamando el pago que no llega, o por el incremento salarial y prestacional al que se anhela.
Sin embargo, el litigante y los usuarios solo sufren y esperan, oran para que jueces y empleados conquisten sus derechos y puedan reactivarse las funciones, e incluso los colegas apoyan las protestas, aportando para la alimentación, el refrigerio y hasta para amenizar las jornadas de reclamaciones, y a causa de ello algunos litigantes son tildados de lambones y bribones, otros, en cambio, los consideran estrategas y sagaces.
Y qué estamento institucional le ofrece la mano al litigante, que no reclama limosnas ni fallos compasivos, sino providencias oportunas e imparciales. El litigante y los usuarios deben subsistir; por ley divina y humana proveen a sus familias, y pagan impuestos para la mejora salarial de todos los servidores. En consecuencia, ejercemos un oficio que también merece beneficios.
No es una falaz proclama de envidia, consistente en que los unos reciben un pago mensual, hagan o no hagan, mientras que los otros únicamente perciben si se concretan los resultados. Se trata de ser coherentes con el contenido de las codificaciones, y recíprocos con el esfuerzo que el pueblo realiza para sostener a los servidores.
Unos justamente batallan por un mejor salario, y otros, en cambio, por la excelencia del servicio, pues un expediente no se reduce a papeles o cuadernos digitales; es el instrumento que simboliza a las personas que acuden a la justicia porque sufren.
Ley debiera ser que ningún servidor judicial ocupe un cargo, indistintamente de la jerarquía, sin antes haber litigado por lo menos diez años, para que de esa forma comprendan la necesidad y el desespero de los usuarios, y experimenten los sueños de los abogados que, a causa de la mora, resultan frustrados.
Pronto el servicio cesará, suenan las campanas de la vacancia judicial. Jueces, empleados y magistrados saldrán a descansar, y de salarios, primas y bonificaciones podrán disfrutar, pero a muchos usuarios y litigantes el desespero los acosará, tal vez no habrá regalos para sus hijos en navidad, ni buenas obras que realizar en nombre de la caridad, y sé que por ello muchos llorarán en soledad.
Los cobardes callan por temor a las represalias, pero los soñadores se expresan, no para ofender y humillar, ni para al gigante provocar, sino para despertar las consciencias y mejorar las circunstancias.
Quienes fueron productivos en el ejercicio del cargo, que sí los hay, gracias por cumplir con su deber, quienes no, seguramente algo de la noción del servicio les faltó por entender.
Envío un caluroso abrazo a los litigantes del país, a los estudiosos incansables, a los que no se dejan vencer por la adversidad, a quienes no les tiembla la voz para defender las causas justas, a los que jamás cierran sus oídos al lamento de los tímidos y sufridos colegas, a quienes conservan la vista en alto y la frente erguida como generales invencibles a esperas de triunfar en la batalla. No desistan, nosotros también somos proveedores de esperanza. Sabrá la sociedad, y testigo es el cielo, que un abogado honrado jamás será derrotado.