Columna 7
PALABRA DE MAESTRO: REPENSEMOS EL PÉNSUM DE LA BÁSICA PRIMARIA
Por: Fare Suárez Sarmiento.
Uno de los mayores desafíos históricos del maestro lo constituye la asunción de todas las áreas denominadas “obligatorias y fundamentales” con igual intensidad y dedicación. Antes de entrar en escena la Ley General de Educación, los maestros destinados para la enseñanza en la básica primaria llegaban a la escuela con una formación oceánica, donde el saber académico flotaba en la superficie, pero la profundidad imprimida por la pasión vestida con la innata vocación de enseñar, arrasaba con cualquier resquicio de liviandad académica. El amor por la pedagogía poseía la magia de volver invisible hasta la angustia por la excesiva dilación en el recibo del salario. Después de llegada la Ley 115 de 1994, el reto se acentuó: nueve áreas del conocimiento tenían que ser implementadas en la escuela utilizando como instrumento legal el Proyecto Educativo Institucional y como medio para su ejecución el Plan de Estudios. La presión arterial se elevó por aquel entonces y el estrés hizo de las suyas como propiciante de múltiples renuncias al magisterio.
La rutina de muchos años se vería alterada por entre otros objetivos de la Ley (Artículo 21): “La adquisición de elementos de conversación y de lectura al menos en una lengua extranjera” (Cursiva fuera del texto), o “El conocimiento y ejercitación del propio cuerpo, mediante la práctica de la educación física, la recreación y los deportes adecuados a su edad y conducentes a un desarrollo físico y armónico”; al igual que “La asimilación de conceptos científicos en las áreas de conocimiento que sean objeto de estudio...” (Cursiva fuera del texto).
Como era de esperarse, los maestros sorteaban sus apuros ya fuera copiando literalmente guías de los libros en el tablero, para los casos de inglés u otras áreas ausentes de su bitácora académica, o excluyéndolas. Sin embargo, algunas escuelas se atrevieron a asignar un maestro por cada área específica. En realidad, no hubo tiempo de evaluar tal decisión debido a la intromisión de las Secretarías respectivas, que interrumpieron el ejercicio, obligando al cumplimiento de la Ley que significaba regresar a la tortura cotidiana del maestro. No sabemos cuáles fueron, ni tampoco podíamos vaticinar cuáles habrían sido los resultados, de todos modos debemos de reconocer algunos inconvenientes de consorte pedagógico en el sentido de que el maestro entrenado para la secundaria y la media, debía avocar algunos cambios metodológicos tanto en los procesos de enseñanza como en los acercamientos empáticos generadores de confianza con estudiantes y acudientes.
Ya la neurociencia ha confirmado hasta la saciedad que el aprendizaje de una lengua en los primeros años de escolaridad debe basarse sobre los principios alfabéticos, fonológicos morfosintácticos y semánticos que rigen la lengua materna, diferenciando las particularidades de rigor, pero con el mismo efecto motivacional que conduce a la interacción comunicativa. Razón suficiente para que el maestro de primaria cuente con el apoyo in situ de un especialista del área, tal como lo haría con el de música, danza, deporte, baile y hasta el de arte dramático.
Que no sea la Ley el obstáculo para cambiar el rumbo en la búsqueda de la calidad de la enseñanza. Además, la historia de la educación registra la montaña de culpas que la básica secundaria y la media descargan contra la primaria, avalada y confirmada por la sociedad. Todavía la escuela cree que cada grado de estudio está proporcionalmente asociado con el aprendizaje del niño, en el sentido de dividir los contenidos en porciones durante los once años de escolaridad. Aún escuchamos a pedagogos plantear que todos los niños deben aprender los saberes planeados en los mismos tiempos y modos. Así se dice que a sumar se aprende en primero, a dividir en tercero, etc. Es decir, la escuela establece una programación neurolingüística respecto del aprendizaje de los niños. De ahí los abusos causantes de frustraciones que motivan la deserción temprana.
Repensar el pensum académico, revisar y replantear el qué, el cómo, el cuándo y el para qué del plan de estudios de la básica primaria es recuperar el diálogo democrático en la escuela y dejar de lado la bulla sin eco que responsabiliza al maestro de primaria de las deficientes competencias académicas de los niños. Mejor démosles una mano cargada de propuestas e iniciativas que fortalezcan el espíritu altruista del maestro (y de la maestra, antes de que me linchen las compañeras de la IED 20 de Julio) forjador de sueños y sembrador de esperanzas.
No se trata de un presunto alivio de la extenuante obligación laboral; mucho menos de artilugios para huirle a la responsabilidad profesional de brindarles a los educandos un acercamiento motivante con las áreas que quedan un poco distantes del dominio científico y académico del maestro. Recordemos que en esta fase del desarrollo sicognitivo la escuela debe aplicar toda su artillería persuasiva con la ayuda de la parafernalia de recursos didácticos para sembrar el entusiasmo por las áreas que se les presentarán en la secundaria con algún rastro de complejidad para su aprehensión.
En fin, si los maestros no son propositivos, a pesar de lo expuesto, las exigencias de los nuevos tiempos cobrarán esa indiferencia. Las necesidades de aprendizajes a mayor velocidad y más profundidad quedarán a la orden del día. Además, la obsolescencia también irá de la mano con las novedades técnicas y científicas. Otra razón para proponer la reducción de áreas en la básica primaria y traer al aula la historia, la geografía, las matemáticas, las ciencias, la tecnología, la política y -sobre todo- la nueva concepción axiológica de la ́ética, la moral y del sentimiento patrio. No basta con expresar la crisis socio- política del país, hay que reflexionar junto a los niños y jóvenes sobre la podredumbre de la avaricia que cada día nos deshumaniza más y da paso a la miseria social en la que nadamos todos: unos como actantes protagonistas del saqueo inmisericorde y el resto como espectadores, jueces en cuyas oficinas ocasionales situadas en parques y esquinas de calles, de presentan los linchamientos y absoluciones de quienes hacen lo necesario para no cese la horrible noche.