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PALABRA DE MAESTRO: REFUGIADOS: LOS OTROS MIEDOS

Actualizado: 11 sept 2021

Por: Fare Suárez Sarmiento.


Aunque el término refugiados apenas soslaya la caracterización de los migrantes que circulan por las trochas y carreteras de esta parte del planeta, nos acercaremos a una de las motivaciones del éxodo histórico para que tenga cabida dentro del input enciclopédico propio de la sociología. Iniciemos entonces con algunos elementos ilustrativos de la visión retrotópica del polaco Bauman (2017) en los que subraya que por gentileza de la globalización y del consiguiente divorcio entre política y poder los Estados se están transformando en mucho más que vecindarios grandes circunscritos dentro de unas fronteras vagamente delineadas, porosas e ineficazmente fortificadas. Enormes extensiones de abya yala tasajeadas en pasadizos imposibles de restringir las transgresiones que no cuentan con la bendición del dólar para erigir muros infranqueables.


Muy pronto la diáspora vecina venció la fatiga muscular y el vacío estomacal. El peso del sol cargado sobre hombros y espaldas destapadas, hacía crujir las pieles de niños, ancianos, mujeres y hombres. Ahora, las angustias del llegar se presentaban más severas que las sufridas por el huir. Abandonar un país cuyo sistema los había convertido en adictos a las frustraciones, tanto, que esta inhumana travesía hacia ninguna parte formaba parte de la bitácora de vejaciones que el mismo sistema había reservado para ellos. De esta manera, en apelación al sentimiento conmiserativo, se siembra el mantra hipócrita según el cual se inscribe en el imaginario de todo el continente americano el tan cacareado cliché: “ayudemos a nuestros hermanos bolivarianos”.


Bien es sabido que los sectores políticos y los grupos distinguidos como humanitarios han tendido las redes para pescar réditos de alcance populista. Pero muy pronto la enormidad del vórtice humano obligaría a esconder el falso espíritu solidario mientras se observaba la paulatina eclosión del miedo vestido de repugnancia anunciando el inminente océano de rechazo en el que caerían los migrantes. La bien fingida mixofilia inicial, se traduciría pronto en un desafecto disruptivo muy próximo a la mixofobia. Los más de siete millones de migrantes dispersos a lo largo del continente, fueron acogidos, más por aliñar aún más el proceso de deterioro político del gobierno de Nicolás Maduro, que por sentido humanitario o sincera expresión de sentimiento de “hermano”, como se verá un poco adelante, cuando los tres millones que se instalaron en Colombia crearon su apartheid en forma de bantustanes, luego de haber ensayado pequeños guetos familiares o de amigos, forrados con cartones y desechos de madera al mejor estilo cambuche, mientras llegaba el desalojo policial.


Desde este presente inhóspito, podían inferir la hipoteca de un futuro hundido en la desesperanza. Los cerros que todavía conservaban un pedazo pedregoso donde construir lo más cercano a una choza fueron recolonizados, al igual que sus laderas. En la ciudad de Santa Marta, muchos sentían la brisa yodada que les recordaba su tierra costera natal. Pero al margen de la nostalgia, surgía el llanto incontrolable del niño y el ardor inmisericorde en el estómago de los adultos.


El asedio a los hogares no daba tregua. Grupos enteros al parecer familiar, pedían especies o dinero. Niños con las manos tendidas, el rostro como si le perteneciera a otro cuerpo y los harapos a la vista para provocar la caridad de los habitantes; mujeres embarazadas o con panzas ficticias que exigían más que solicitaban. De resultas de este paisaje social, el mantra de “bienvenidos hermanos” cambió radicalmente su contenido por algo parecido al inicio de una canción de Héctor Lavoe: “cuidao que por ahí vienen los anormales”. A diferencia del partido de gobierno que veía más allá de la filantropía y la compasión, los opositores de ultra derecha agudizaban su vigilancia ubicua sobre acciones y actores migrantes que habían comenzado a arrinconar a los ciudadanos, como en La Sociedad Situada en la cual “mantener con vida y salud a los marginados desafía a toda racionalidad y no sirve a ningún fin razonable”. La desconfianza se fue traduciendo en odio, en tanto el fingido altruismo social alcanzó su máxima expresión en el miedo. Así lo expresa el Estatuto Temporal de Permanencia que inserta la regularización de migrantes venezolanos que están en el país, cuyo Registro Único les otorgará el derecho a ingresar al sistema de salud, acceder a la educación y ser contratados de manera formal. La suspicacia generalizada se centra en la cercanía existente entre regularización y nacionalización inminente, con la proximidad electoral.


Los social-demócratas (aún señalados como izquierdistas para satanizar su ideología progresista con asiento en la igualdad inclusiva y el pleno goce de los derechos constitucionales) persisten en su tibia posición y guardan silencio frente al despilfarro político y económico en virtud de la tendida de mano a los migrantes, como lo prueba el escaso rechazo a la expedición del RUMV.


Pero el miedo no solo se hinca sobre las libertades y mira por las hendijas; también, el refuerzo de verjas con aumento del espesor de las varillas de hierro fuerza un ermitañismo que se ha extremado en las familias, gracias o por culpa de la pandemia. La pérdida de la estabilidad laboral ha acrecentado el miedo, muchas personas han sido golpeadas ya directamente por las misteriosas fuerzas diversamente apodadas competitividad, recesión, racionalización, caída en la demanda del mercado o reducción; cada uno de nosotros puede nombrar fácilmente a muchos conocidos, familiares y amigos que de repente se quedaron sin el suelo bajo sus pies. Esta circunstancia, como lo anotó Bauman, 2017, nos obliga a considerar el futuro como una amenaza en vez de como un refugio o una tierra prometida.


Al comienzo de la invasión, las imágenes dantescas televisivas solían producir una especie de catarsis que más adelante se convertiría en muchos casos, en un sentimiento de distarsis, entendida como la satisfacción por la muerte o heridas graves producidas por los ciudadanos en defensa de la seguridad e integridad vecindaria o en procura de la recuperación de lo hurtado.

Llegaron los miedos con el peor de los agravantes: la mirada cómplice de una justicia que opta por liberar a los delincuentes y criminales para evitar la carga manutencionista del Estado. El raponazo, la violación sexual, el asalto callejero, la invasión violenta a los hogares, el secuestro de vehículos, el atraco a entidades financieras, no son delitos sino pequeñas causas o eventos de cotidiana ocurrencia que solo alteran la tranquilidad ciudadana y a los cuales no merece la pena dedicarles tiempo y trabajo, posición que certifica el anuncio de Marco Anneo Lucano: “lo que es pecado de muchos queda sin castigo”.


En el marco de esa ingenuidad supina, los afectados por acción o por referencia deciden continuar con su vida. Los refugiados, además de migrantes ya han sido exorcizados de la atingencia de su propio país y vinculados al tejido urbano gracias a las promesas chamánicas de los grupos de poder que se aferran a la oportunidad de mano de obra barata o trabajo arduo por alimentación. Aquí se nos vino el otro miedo que ha servido de refuerzo a la pandemia: el remplazo paulatino de obreros y trabajadores especializados, cuyo fantasma planea en las puertas de fábricas, empresas, talleres, conducción de vehículos públicos, choferes particulares, jardineros, albañiles, constructores, servicio doméstico, grupos etarios con identidad propia que han constituido una nueva clase, pero no considero pertinente detenerme –por ahora– en este aspecto; prefiero cerrar con un breve apartado del esloveno Slavoj Zizek (con acentos circunflejos que esta vaina no tiene) en La nueva lucha de clases: los refugiados y el terror, (2019) “La principal lección que hay que aprender es que la humanidad debería prepararse para vivir de una manera más nómada y plástica: los cambios locales o globales en el entorno podrían imponer la necesidad de insólitas transformaciones sociales y movimientos de población a gran escala”.

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