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PALABRA DE MAESTRO: LOS NUEVOS PROFESIONALES

Por: Fare Suárez Sarmiento.


Nadie se alarmaba cuando las huestes de los barrios más humildes abordaban los buses, cédula en mano, dirigidos por uno de esos personajes siniestros que se esmeran por ser reconocidos como líderes, guías o calanchines de candidatos políticos. También lista en mano, comprobaban si la cantidad de electores correspondía con el número negociado. La algarabía se apagaba cuando el ruido del motor señalaba la partida, no sin antes escuchar alguna voz dispersa que preguntaba: ¿por quién es que vamos a votar?


En eso andaba la reputación de los nadatenientes: mujeres en casas de paredes entabladas, pisos de tierra condensada y puertas y ventanas entrapadas con sábanas o urdimbres de plástico. Hombres que saludan el sol con su eructo matinal, mientras colman la carreta de frutas que lloran por tanto manoseo, viejos que no se cansan de saludar durante la travesía. En fin, colombianos o extranjeros que siempre han asumido la pobreza como una fatalidad, como si una fuerza superior lo hubiera estipulado de esa manera, hasta el extremo de seguir creyendo que las penurias del hambre, la lamentable educación, el letal servicio de salud y la irracional pérdida de la propia dignidad humana nacen de la voluntad de Dios.

El analfabetismo académico se presentaba menos doloroso que el habitual vacío en el estómago. El dinero conjugante del aquí y el ahora era más importante que el nombre o el rostro del beneficiario del voto. Nada podría cambiar eso.

Ese día, las tiendas de los barrios semejan la Catedral en misa de Viernes Santo. Los olores a guiso, patacones y chicharrón inundan los olfatos ajenos, ya impregnados con la fragancia del aguardiente que daba testimonio de una buena venta ese domingo.

Pero estos potenciales votantes han sido desplazados. Muchos fueron señalados de vender el voto más de una vez o de cambiar los tarjetones durante el acto de sufragio. Los expertos afirman que se trató de una jugarreta de los candidatos para minimizar costos, dado que la clase media emergente, profesionales en un número superior a tres mil por año, graduados de las universidades, era una legión confiable, dispuesta a soportar vejaciones en aras de conquistar el mercado laboral. Bien lo saben quienes se han propuesto prestarle las escaleras a Roberto Angleró para subir al cielo, que será el inminente destino, cuando ya el Palacio de Nariño sea una casucha. No habrá tormenta ni avalancha ni tornado que detenga el ascensor narcisista, rumbo hacia la recolonización de una nueva Colombia, cuyo imperio del orden tenga su asiento en la egocracia, como forma única de gobierno.

Existen evidencias y testimonios de que la clase nadateniente se burla y estafa a los líderes, quienes a su vez hacen lo propio con los candidatos. No hay nada que los una, ni siquiera la posibilidad de un empleo temporal o de jardinería. En cambio, la sociedad entera testifica la alienación y alineación de que es víctima el enorme bulto de profesionales egresados, ávidos de un puesto público. Los herejes del poder desde la sombra, lo saben muy bien, como también elaboran su selección, según los postulados de Alan Greenspan (citado por Noam Chomsky: asalto neoliberal a las universidades) en los que si los trabajadores están inseguros no exigirán aumentos, no harán huelga, ni reclamarán derechos sociales, servirán a sus amos tan donosa como pasivamente.

Realidad deprimente que alarma a los padres cuyos hijos cursan carreras universitarias y probablemente caerán en los brazos extendidos de la ignominia y del desprestigio. La seducción se inicia con un rosario de promesas y un mentiroso colmo de las expectativas, una vez obtengan el título académico. Ejército de adolescentes que ve en la oferta del grupo político una hendija a través de la cual se empezarían a resolver sus problemas familiares y personales. Jóvenes que necesitan habilitarse rápidamente en un mercado de trabajo del que serán expulsados en corto tiempo porque se convertirán en profesionales obsoletos y “desechables”, de acuerdo con la tesis de Marinela Chaui.

En realidad, hablamos aquí de los privilegiados, los que logran demostrar su servilismo incondicional; ellos son los llamados a ocupar los puestos burocráticos de forma efímera. Si la actitud esclavista se extiende hacia la familia, pueden ser tenidos en cuenta para otro cargo, caso contrario, tendrán que seguir tocando palmas y coreando vivas cuando la nequicia (perversa) vanidad megalosíquica (se cree el mejor) aparezca en público.

Para cualquier ciudadano resulta doloroso leer en las redes sociales los adjetivos llenos de decoro, iluminados con el falso brillo de la sabiduría para glorificar el pensamiento político del jeque. Las humillaciones, los insultos, los gritos y ofensas no arrancan siquiera una pestaña de indignación a los que las sufren, que son todos, sin excepción: mujeres embarazadas –incluso– aceptan las afrentas y ultrajes de repetida ocurrencia, hasta las justifican. Es tal la deificación, que circula la propuesta de una iniciativa popular para honrar una ciudad con su nombre. Claro, cuando falla la persuasión, se impone la represión; tal ha sucedido con los profesionales que han disminuido la intensidad de la campaña política.

Siempre lamentaremos que la universidad pública, –sobre todo– siembre hombres probos, competentes y dispuestos a cambiar la historia de nuestro país, para que falsarios justicieros sociales recojan cosechas abundantes que más tarde la deshonren y coloquen en tela de juicio su idoneidad y función social. Ni siquiera la bolsa de empleo creada por la Universidad del Magdalena y aprobada mediante resolución 122 de 2015, ha logrado mermarle la voracidad en la recolección de nuevos profesionales. Cada vez, hileras de ingenuos egresados inician los ritos de genuflexión y compromiso de obediencia ciega, con el solo propósito de fincar sus esperanzas en un empleo público transitorio.

Debería preocuparles a los padres, la voluntaria exhumación del perfil y excelencia académica de los hijos, remplazados por una paranoia inyectada en el cerebro respecto del poder. Peor todavía, la poca conciencia de clase con la que llegaron a la universidad pública, quedó enquistada entre los árboles de los campus. Ahora, ni siquiera asoma en sus idearios concepción ideológica alguna. Más bien conforman fardos humanos que se multiplican después de cada graduación, los cuales podrían facilitar la toma electoral del país, si antes no ocurre un reycidio.

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