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PALABRA DE MAESTRO: DÍA DEL MAESTRO

Actualizado: 11 sept 2021

Por: Fare Suárez Sarmiento.


Ya no basta con almuerzos suntuosos, ni paseos-sancochos cada quince de mayo. Ya no basta con ferias poéticas en los patios ni colectas estudiantiles para el obsequio al director del grupo.


Es cierto, la tradición solemnizó esta fecha, la memoria se cerró, los recuerdos se bloquearon hasta permitir el estallido de la risa, sentir el calor de la alegría y la bulla amistosa de los compañeros. Ningún sexagenario podrá olvidar el día del maestro celebrado en el pasado.

Alcohol, comida, música, baile y hasta riñas, marcaban la fecha como un día especial, un encuentro diferente sin tiza ni borrador ni marcadores, solo en la presencia del yo individual. Qué tiempos aquellos, diría Jairo Pava. La felicidad prestada por un día nos regresaba a lo bueno y humilde que habita en cada uno de nosotros.


Pero ya no basta con la dicha y relajamiento espiritual de las conmemoraciones. Ahora, nuevas expresiones irrumpen en el magisterio colombiano. Otras formas de vivir y sentir el día del maestro, que no riñen con los sentimientos del quince de mayo. Al contrario, esas otras maneras de encontrar caminos alternativos, son motivadas por el poco significado político, social y cultural que los gobiernos le han atribuido a nuestra profesión.


Es evidente que debemos contagiarnos de regocijo en nuestro día, pero también tenemos que revelarnos para que la sociedad nos sitúe en el lugar que nos corresponde. Así, podremos celebrar y compartir hasta embriagarnos con las cavas llenas de respeto. Así, nos obligamos a luchar y resistir hasta cuando el gobierno nos vista con el smoking de la dignidad. También, nos convidaremos siempre para que la depresión no nos lastime más cuando nuestros recursos se acaben al comienzo de cada mes. Tal vez, Si el agobio por el escaso salario nos fortaleciera en la unidad, el día del maestro no sería una fecha más, sino constituiría en un gran pretexto para reactivar las fuerzas y encaminarlas hacia la conquista de algunos derechos de los nuevos compañeros, como el mantenimiento de lo que gracias a los marchantes ha logrado la generación próxima a extinguirse como maestros activos.


Celebremos el día del maestro sumergiéndonos en una reflexión que abarque todo el sendero recorrido. Pensemos en que aún se nos tibia la sangre para enfrentar y derrotar las políticas educativas que han venido sembrando la desilusión y el rechazo en el magisterio renovado, principalmente. Sabemos que estamos en deuda con la nueva generación, somos conscientes de que no hemos logrado ararles un camino digno donde florezca la esperanza y los deseos de transformación de esta sociedad.


Sin embargo, seguiremos soñando y tomando cada día del maestro como el punto de referencia para seguir creyendo que el fervor de la lucha logrará atenuar el pesimismo que hoy agobia al magisterio colombiano.


Todavía falta mucho, urgimos –por ejemplo–, de una auténtica formación pedagógica y cultural que desborde los saberes específicos y alcance para consolidarnos como sujetos políticos, ciudadanos intervinientes en las decisiones educativas, y así gritar “no más reproducción de contenidos enlatados, irrelevantes e inútiles que distraen a los niños y jóvenes de las vergonzantes realidades del país”, además de mantener al maestro sumergido en tareas académicas domésticas que le hurtan la capacidad para pensar en su libertad.


Pero nos llegó la hora de la redención de tanta recolonización pedagógica y cultural; buena parte de la transformación del destino de la educación en Colombia está ahora en nuestras manos. Los maestros del país tenemos el compromiso, moral y la disciplina política de desarmar las maquinarias seculares y llevar a la presidencia de la República a un líder natural, no impostado, sincero traductor de las necesidades de los colombianos. Un país humanizado a partir de la formulación de políticas humanizantes tiene que arrojar a mediano plazo un hombre investido de un genuino sentido humano, una mujer distinta con un pensamiento menos genérico, cuya visión de mundo riegue de optimismo a esta clase desaliñada, a la que sólo se tiene en cuenta cada cuatro años y que ahora hierve en la ilusión de evitarse la tragedia sufrida por el coronel Aureliano Buendía.


Feliz día.

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