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PALABRA DE MAESTRO: ALIENACIÓN Y ALINEACIÓN

Por: Fare Suárez Sarmiento.


Con la timidez propia de un relato académico, nos acercaremos un poco al cambio sustancial del concepto alienación sufrido en la inspiración hegeliana, asumido por Marx, quien le dio un giro hasta dotarlo de cierto ímpetu revolucionario, pero que no ha resistido el arrasamiento vertiginoso de las leyes del mercado. No significa que se hayan extinguido todas sus líneas reivindicativas, más bien, hemos asistido a una transferencia generacional y de actores. Al mismo tiempo, veremos cómo el sujeto alienado establece y defiende fronteras que ya están siendo vulneradas por los ejércitos alineados, los que el ocio mantiene en la otra orilla, marginados, cargando su equipaje lleno de resentimientos.


El presente texto apenas es un esbozo que tendrá su desarrollo en otros apartes.

La concepción hegeliana sobre alienación, alude a la pérdida transitoria de la razón, causada por sentimientos intensos de pánico o de dolor frente a eventos que escapan del control del sujeto. La ortodoxia marxista acentúa el significado reduciendo su efecto a la inmovilidad obligada del ser, en una especie de robotización ideológica sembrada y sostenida por fuerzas manifiestas de poder, que más adelante iniciaría un proceso lento de despertar del que resultarían los principios básicos sobre los que se erigió la lucha de clase.


Es cierto que el posmodernismo ha venido archivando de manera acelerada los verosímiles relatos, autosuficientes y, con una enorme carga de certezas, del marxismo; sin embargo, cuando el espectro económico mundial enturbia la comprensión de la realidad de su propia crisis, desempolva las carpetas para invocar la teoría del valor que recorre muchas líneas de El Capital, como también dar buena cuenta de la tesis de Marx sobre el denominado desarrollismo, planteado en el Manifiesto Comunista donde se precisa la inminente muerte de la economía capitalista si mantiene su estatismo, en lugar de expandirse hacia nuevos mercados; aunque tal hecho no garantizaría el eventual colapso del sistema, en virtud de la inevitable saturación de los mercados.


Luego de esta tibia alusión a la presencia marxista, con asistencia hegeliana en el cauce del vocablo alienación en el escenario económico, trataremos de aproximarnos a la teoría del profesor de secundaria en España, Jaume Pey Ivars sobre Alienación y consumo en la cual la conciencia de clase sufre radicales alteraciones en la práctica social, debido a que la experiencia subjetiva del trabajador occidental viene a ser que la alienación en el trabajo se ve superada gracias al consumo. Debemos tener presente que la transición de trabajador a consumidor empieza cuando el sujeto se ve precisado a vender su fuerza de trabajo, estableciéndola como valor de mercancía en una especie de reacomodo a la fetichizada sociedad de bienestar.

De acuerdo con el citado Jaume Pey Ivars, el individuo trabaja para poder consumir, pero consume para poder olvidarse del trabajo; en cierto sentido, el cambio de opresor genera más angustias en atención a la urgencia de más trabajo, que arroje mayor salario y así poder satisfacer el inagotable consumismo.


Al acecho, expectantes, masticando rencores, los outsiders sobrellevan la carga del desempleo, mientras piensan cómo provocar el colapso del sistema laboral para competir con los trabajadores activos, los cesantes lugareños (la mayoría jóvenes profesionales) el precariado, asumido como la nueva categoría social definida por Guy Standing, con salarios muy bajos, condición laboral aleatoria, que los alinea dispuestos y disponibles para el cambio de empleo y, con los migrantes. La experiencia de otros lugares del planeta despierta la extrema alerta de los nativos por la venta barata de la mano de obra de los extranjeros, en especial, aquellos considerados como residentes ilegales. No obstante, la desgracia los vuelve solidarios, necesitan alimentar su resentimiento y para ello nada más valioso que el sentimiento de unidad eventual, aunque el egoísmo los obligue a dormir con un ojo abierto. El sólo consumir esperanzas los mantiene alineados, pensando con el deseo, expresando planes y proyectos semejantes; entelequia sentida con la serenidad de la gente acostumbrada a la pobreza, como lo anota García Márquez en el cuento La siesta del martes (1962).


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