Columna 7
NEUROLIBERALISMO: LA UNIDIMENSIONALIDAD Y SUS EFECTOS
Por: Edimer Latorre Iglesias.
“… convertir la ilusión en realidad y la ficción en verdad, muestran el grado en que la imaginación ha llegado a ser un instrumento del progreso. Y es un instrumento del que, como otros muchos en las sociedades establecidas, se abusa metódicamente. Estableciendo el paso y el estilo de la política, el poder de la imaginación excede en mucho a Alicia en el País de las Maravillas en su manipulación de las palabras, en su habilidad para dar sentido a las tonterías y convertir en tontería lo que tiene sentido. Los campos anteriormente antagónicos se mezclan en el terreno técnico y en el político: ciencia y magia, vida y muerte, alegría y miseria”. [i]
Planteaba en la década del sesenta Herbert Marcuse[ii] como todas las dimensiones del ser humano estaban al borde de ser cooptadas por la fuerza del homo economicus, la totalidad de los espacios vitales del ser, corrían el riesgo latente de ser cosificados, objetivizados, y vaticinaba en medio de los movimientos de protesta anti-vietnam, que el ser humano terminaría convirtiéndose en una mercancía, un producto más a comercializar con todas las lógicas altamente estandarizadas de la publicidad moderna.
En el mundo de la postmodernidad pandémica esto ya es una realidad: tu eres tu propia marca te gritan los gurús de la felicidad, aprende a venderte a ti mismo, se tu propia empresa. Lo que Foucault[iii] temía se ha hecho realidad: “multiplicar el modelo económico para hacer de él un modelo de relaciones sociales, un modelo de existencia misma, una forma de relación del individuo consigo mismo, con el tiempo, con el entorno, con su futuro, con la familia, con su pareja, sus seguros y su jubilación, se convierta en una suerte de empresa permanente y múltiple”.
Acorde con la materialización de esta tendencia global, donde debemos volvernos empresarios del si mismo, encontramos la penetración sutil, dúctil, en ocasiones llena de sensualidad y seducción, en el que las relaciones del mercado, que son relaciones entre cosas, invaden y colonizan el mundo de significados de la vida mental. Lenta e inexorablemente pasamos del pienso luego existo al compro luego existo. El filósofo norteamericano Michael Salden[iv] denomina esto como el tránsito de una economía de mercado a una sociedad de mercado, donde las relaciones interpersonales son atrapadas por relaciones de compra, por intercambios de capital, por inversiones a largo plazo. El capital no es solo económico decía Bourdieu[v], es también un capital simbólico y relacional.
Esto se evidencia en el día a día, donde hemos cambiado el lenguaje de las emociones por un lenguaje aprisionado en la lógica de los intercambios monetizados y del consumo rápido. Las frases son reiterativas: ¿que le aporta esa relación a tu vida? ¡el matrimonio por el patrimonio! Ten a tu lado personas que le sumen a tu vida no que le resten. Invierte en tus relaciones, es el ahorro de tu existencia. Obviamente, las relaciones quedan enmarcadas en el consumo que deviene en obsolescencia inmediata, se salta de un amor a otro en la búsqueda de mejores opciones de compra en el mercado de la vida.
El capitalismo cultural se impone en la venta de experiencias, ya de una manera refinada, los objetos solo tienen validez en el marco experiencial, de igual forma en la vida personal somos consumidores de experiencias, de fantasías elaboradas en Instagram donde nos pasamos la vida como espías agazapados que vigilamos a los otros, en busca de espejos imaginarios de cómo podemos hallar el camino vedado de la felicidad infinita. El neoliberalismo implicaba triunfar sobre las relaciones sociales, pero ningún teórico vaticinó que ese triunfo estaba en el afincamiento de esas relaciones objetuales en el centro de nuestra corteza cerebral, es decir, la colonización de nuestro cerebro, a eso es lo que se llama neuroliberalismo. Nuestras creencias, nuestro proceso íntimo de pensamiento, ha sido colonizado por las relaciones de mercado.
No se donde leí esta historia. Un hombre muy pobre se encontró en un basurero una lámpara mágica. La frotó y salió un genio. Este le dijo: te concederé un deseo, recuerda solo uno. Pero ten en cuenta que lo que me pidas, le será concedido el doble a tu vecino. El hombre se enojo, preso de la ira empezó a gritar que su vecino era la persona que él más odiaba en el mundo. No podía creerlo, su vecino, ese ser despreciable tendría más dinero que él, lo que él desearía sería compensado doblemente a su vecino. Al final, después de un largo rato de reflexión le dijo al genio: por favor sácame un ojo. Alegría y miseria se fusionan.
Notas
[i] Marcuse Herbert, El hombre unidimensional, España, Planeta de Agostini, 1993, p. 275-276. [ii] Ibid. [iii] Michell Foucault, El Nacimiento de la biopolítica, Curso en el Collège de France (1978- 1979), p. 277. [iv] Michael Salden, Lo que el dinero no puede comprar: los limites morales del mercado, Barcelona, Debate, 2013. [v] Pierre Bourdieu, La distinción, Taurus, Madrid, 1998.