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MONTAR A CABALLO, TIRAR EL ARCO Y DECIR SIEMPRE LA VERDAD

Por: Edimer Latorre Iglesias.


Siempre he sostenido que uno aprende más de las personas en espacios de no aprendizaje. Diálogos largos en Cafeterías alrededor de un tinto, conversaciones en un bar, obviamente ambientadas con buena música, o simplemente un buen intercambio de ideas con un compañero de silla en un largo viaje. Marcos se sentaba religiosamente a mi lado en la oficina de investigaciones de la Universidad Sergio Arboleda en la sede Santa Marta. Era casi un ritual. Imposible decirle que no. Se acomodaba y empezaba nuestro diálogo en el barullo de un trasegar sin fin, en medio de la firma de documentos eternizados en el instante de lo urgente. Me cuentan los funcionarios, que aun cuando yo me encontrara de viaje, él se sentaba solo en mi silla, y no hablaba con nadie, simplemente pedía el café y se quedaba mirando hacia el vacío. Cuando llegaba el entraba a mi oficina, sus libros gastados por el uso, que portaba debajo del brazo, eran el recordatorio de que la clase estaba a punto de empezar.


Hablábamos de todo, era como esa conversación que empieza con un tema cliché, pero se va adentrando hacia lo más inverosímil de los tópicos del mundo del conocimiento: literatura, política, biografías, arte, filosofía, historia, crianza de caballos, sus hijos, su casa, su carro, Umberto Eco, el medioevo, derecho comercial, educación física, deportes, buceo, proyectos de viajes, historia de las ideas políticas, consejos sobre regiones del mundo y en especial la ética y la virtud. Siempre había algo nuevo que aprender. En alguna parte de África dicen que cuando un anciano de la tribu muere, se sepulta con él una biblioteca. Con la partida de Marcos estoy plenamente seguro de que se nos fueron muchas bibliotecas, sobre todo, se nos fue el placer deliberativo que proporciona la erudición.


Eso era Marcos Rafael Rosado Garrido, un erudito, un gran ser humano que poseía una inmensa y a veces desconcertante cultura sobre diversos tópicos del mundo clásico y moderno. Profundos conocimientos no solo de lo jurídico, si no de las ciencias sociales y en especial de la historia. Mucha gente lo veía como un gran historiador, sus horizontes de conocimiento se habían intensificado por los viajes a diversas culturas: Hindú, Egipcia, Romana, Asiática. No había libro del que yo le hablara o preguntara sin que tuviera un comentario y una precisión. En una ocasión estábamos en una conferencia y el disertante acababa de bajarse de un avión que venia del Vaticano, poseía un flamante doctorado en Historia del arte y mostró una fotografía de una estatua y dijo el título de la obra. Marcos levantó la mano, se hizo un silencio sepulcral en el auditorio, lo corrigió, le dijo que ese no era el nombre de la estatua, le dijo exactamente el título y le explico el contexto histórico, el autor y su simbología. Me sentía en una obra de Dan Brown. El flamante doctor pidió disculpas y acepto su error. Había viajado kilómetros de distancia para que un erudito samario le mostrara el camino.


Abogado de la Universidad del Atlántico, con especializaciones en derecho comercial, derecho administrativo, derecho probatorio, especialista en estudios político-económicos de la Universidad del Norte, Maestría en Derecho de la Universidad Sergio Arboleda. Máster en Estudios político-económicos de la Universidad del Norte. Minor en Humanidades de la Universidad Sergio Arboleda. Dos veces designado en la Universidad Sergio Arboleda como Profesor Distinguido. Cruz de Bastidas en el año 2017 por su aporte a la historia de la ciudad. Miembro de número de la Sociedad Bolivariana del Magdalena y de la Academia de Historia del Magdalena. Ejerció los cargos de secretario de Gobierno de la Alcaldía de Santa Marta. Gerente de las Empresas Públicas de Santa Marta. Dos veces alcalde encargado de esta ciudad y director de la Oficina Jurídica de la Alcaldía de Santa Marta. Padre de Isabela y Marquitos, escribió producto de su tesis de Maestría en la Universidad del Norte el libro titulado: El pensamiento ético y político de Aristóteles en la formación del ciudadano colombiano. Profesor en diferentes materias en la Universidad Sergio Arboleda, y en la Universidad del Magdalena por más de 25 años, así como un activo columnista de opinión.


Marcos fue una víctima de la pandemia del virus de la Covid-19. Recuerdo nuestra ultima conversación telefónica, me dijo que me cuidara, que no podíamos morirnos tan rápido, que debíamos tomarnos por lo menos un café de reencuentro. Yo también enfermé y perdimos contacto. Lamentablemente se nos fue. Su código de vida siempre trató de apegarse a las lecciones provenientes de la educación persa, una persona debe saber hacer tres cosas: montar a caballo, tirar el arco y siempre decir la verdad. Estoy seguro de que mi amigo del alma, Marcos Rosado hizo las tres. Paz en su tumba.

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