Columna 7
LO MÁS VALIOSO
Por: Rosember Rivadeneira Bermúdez.
La familia es el santuario divino del amor, pero el ser humano lo descuida por recorrer el tempestuoso sendero de la vanidad en el que resulta engañado por la sociedad.
Atrás dejamos lo más valioso por materializar el deseado éxito laboral; por obtener la riqueza apresurada, la ridícula y efímera fama, el falso millón de amigos, por alimentar un ego que empequeñece el alma, y por adquirir inútiles objetos que aquí se quedarán y que nos distancian de lo que merece nuestro amor y dedicación.
Hay esfuerzos vanos, porque el único resultado es el cansancio. Debajo del cielo todo tiene su tiempo, como la semilla que cae al suelo, que en su momento proveerá sustento; como el libro que principia con una idea y, al materializarse, se multiplica en la imprenta para que el mundo se embriague con el intelecto, la lírica y la belleza; como la madre que concibe al hijo y pacientemente espera el parto para amarlo, alimentarlo con su pecho y protegerlo en su regazo.
Vano es el apego y el esfuerzo apresurado y desmedido. Ciertamente, notifican el despido, se cae enfermo o se va al sepulcro, y ni bien se ha cerrado el pórtico cuando el reemplazo se apodera del asiento.
Cansancio, decepción y vanidad ofrece una sociedad mal sana, descuidada, materializada y roedora de valores, en la que no se elige, sino que a otros se impone con cañones, catálogos y banderas de múltiples colores; en la que se confunde la libertad con el libertinaje, en la que se desprecia la vida, se despedaza al débil y hasta se calcina al indefenso animal.
Cesaron los retos de intelectualidad con los que el ser merecía la dignidad, para darle protagonismo a los actos de maldad, y entonces saturan de likes los videos en los que el blanco ataca al negro o el negro mata al blanco; en los que el bandido asalta el banco, en los que el joven ridiculiza al anciano, o el desquiciado abusa del menor.
Cada individuo requiere un alto en el camino para reencontrar su centro interior de espiritualidad y recobrar la consciencia que le permita vislumbrar la realidad y logre abandonar el camino que lo conduce al precipicio.
El tiempo corre para todos, el planeta gira y no conoce espera. Para muchos se hace tarde y el tiempo de amar también se esfuma mientras el cuerpo se entrega a suplicios que el espíritu no comprende.
Al pretender retomar, muchas veces es tarde, porque el recuerdo se consume con los años, porque las fuerzas flaquean, porque la vista se acorta, porque los hijos crecen, se marchan y una vida aparte emprenden, porque padres y hermanos mueren, porque el valioso amigo parte, porque cae la tarde y se envejece, porque la tumba es el futuro que promete y, al marchitarse las flores, la esperanza se pierde para siempre. A veces es tarde porque al final la muerte nos vence.
A partir de hoy, y mientras se viva, es el momento para expresar el perdón y el amor que yacen cautivos entre los labios, para llamar a nuestros viejos y alegrarles el día con un te quiero, para darle un abrazo al hermano; para brindarle calor al necesitado, para visitar y ofrecerle alegría al enfermo, saludar al amigo, para abrazar y besar al ser amado y redimirse en oración, elevando la vista al firmamento, pidiendo a Dios el perdón para el pecador y la salvación para todos los que aspiran llegar al cielo.
Es necesario hallar el equilibrio, para que las ansias de progreso no destruyan los valores y principios y tampoco nos arrebaten de los brazos de lo más querido.