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LA SENSACIÓN DE LAS PALABRAS

Actualizado: 19 jul 2021

“A menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada.”


Winston Churchill.


Por: Esperanza Niño Izquierdo.


Las palabras articuladas son tan antiguas como el mundo, hacen parte de la simbología básica de la civilización que permitió crear la belleza del lenguaje y con ella, trascender dejando huella de sus descubrimientos, conocimientos y en general de la cultura de los distintos pueblos.


Los antiguos, a los que hoy podemos conocer y leer gracias a muchos años de estudio de personas dedicadas a escarbar y escudriñar en los secretos del arte de escribir, develan cómo desde esos antiquísimos tiempos se escribieron no solo tablillas en las que mediante signos llevaron sus cuentas y contaron sus historias, sino que a través del uso articulado de palabras, concibieron la poesía llena de creatividad literaria inimaginable por lejana y desconocida. Enheduanna, la primera mujer escritora de la antigüedad, hija de Sargón I de Acad, rey de Sumeria, nos introduce en su mundo metafísico lleno de inspiración astral, dedicándole sus poemas a la diosa luminosa de la noche que le encandiló su espíritu poético y a quien ofrendó varias composiciones de gran lirismo literario:


Inanna (La luna)

Señora de todas las esencias, luz plena, buena mujer vestida de esplendor a quien el cielo y la Tierra te aman, amiga del templo de An tú llevas grandes ornamentos, tú deseas la tiara de la grande sacerdotisa cuyas manos sostienen las siete esencias, las has escogido y colgado de tu mano. Has reunido las esencias sagradas y las has puesto apretadas sobre tus pechos.


Los versos anteriores nos transportan a otras dimensiones cuya tesitura traslaticia recae en el mundo de los dioses ancestrales, portadores de fuerza y sabiduría, dejando claramente en ellos la estela de su curioso conocimiento y sensibilidad. Casi podemos entender su capacidad infinita de portar las esencias sagradas. Quien no le atribuye en la poesía o en la literatura creaciones sensoriales y metafóricas a la inspiradora Luna?


Mucho después, también fueron las mujeres mediante conjunciones entrelazadas las que dieron vida a la narrativa oral que logró incluir en su lenguaje palabras provenientes de su labor primigenia como era la costura, mito fundacional de un lenguaje entretejido de palabras que dan contenido a un texto, originado en los textiles, para hilar los cuentos; urdimos el conflicto del mismo, hilvanando la trama hasta llegar al punto final, después de una cadena de sucesos. Palabras, todas ellas, hacen un definitivo aporte a la construcción literaria y que hoy, sin pensar en ello, usamos. Por ejemplo, aquella expresión que se le atribuye a un protagonista sobre su carácter cuando decimos que, “no da puntada sin dedal”.


La filóloga y escritora española Irene Vallejo en su investigación sobre “Las mujeres en la Historia de los libros”, al abordar el tema de la construcción de palabras en el lenguaje literario, concluye que fueron infinitos los términos, las metáforas y símbolos que ingeniaron estas mujeres, utilizando los vocablos de forma precisa otorgándoles contenido a los términos de su quehacer diario. Entonces, señala cómo es clara y definitiva “la relación directa entre coser y narrar”.


Por otro lado, y desglosando el contenido de los diccionarios fríos y llenos de palabras, podemos encontrar infinidad de términos que exacerban y exultan como inyectores a propulsión sensaciones con las que se experimentan superposiciones sensoriales de las palabras en una clara sinestesia. Aquellas derivadas también de otro oficio igualmente adjudicado a las mujeres desde que se construyera la familia, como es el de cocinar. Encontramos esas asociaciones sensoriales de dulce o amargo que derivan en gusto o disgusto. Una “dulce poesía” o “el aroma del chocolate” que evoca y va directo al estímulo cerebral de las endorfinas, provocando bienestar o alegría así sea de manera imaginaria. Esa es la magia de las palabras que pueden servir para descubrir un carácter específico como el agrio de un personaje; o aquel que tiene un humor ácido enmarcado en la narrativa picante o muy condimentada. Todas estas palabras y muchas otras de esta estirpe dan origen a múltiples metáforas literarias extraídas del ancestral oficio de cocinar.


En la literatura también es recurrente pensar en emociones que danzan alrededor de una palabra que tiene color que sin serlo literalmente recaba en la memoria del cerebro y produce una sensación o una emoción como el blanco del alba, los siete colores del mar que de inmediato nos traslada a la paleta cromática de verdes azulados de todas sus tonalidades, o cuando la palabra nos transporta a épocas o períodos por los que pasamos los seres humanos como el ocaso de la vida, la sensación que lleva a matizar en el cerebro el amarillo-ocre del otoño.


Elif Shafak, escritora Turca, (“La Bastarde de Estambul”; “Las tres Pasiones”) sostiene que las palabras felices o tristes tienen sabores y aromas diferentes, “saben diferente” por ejemplo cuando se está muy lejos de la casa la palabra “patria” “deja un sabor dulce” o dependiendo de las circunstancias del lector puede ser amarga o dulce “emociones encontradas”, de acuerdo a la tierra que se dejó atrás “de donde vienes hay una anexión directa de cultura, comida, educación” que de inmediato al asistir a la palabra, ésta es complementada con todas las vivencias que somos. También para ella la palabra ocaso es muy especiada, tiene muchos matices sabóricos que quedan en la memoria gustativa del lector.


Francisco Lopez de Zárate, poeta español nos deja una hermosa muestra de color, olor y sabor en la poesía:


“Y cuando salió del agua y se acercó, sentí el calor de su mirada, el perfume de sus palabras, lo salado de sus caricias, el sonido de su belleza, lo brillante de su abrazo

Chopin deja en el aire un blanco perfume de ensueño

En colores sonoros suspendidos

oyen los ojos, miran los oídos…”

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