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LA CIENCIA, OTRA VÍCTIMA DE LA PANDEMIA

Por: Gonzálo Echeverri Uruburu.


En nuestra cultura moderna la ciencia ha jugado un papel decisivo como fuente segura de conocimientos comprobados. Ella ha permitido superar, en gran medida, las apreciaciones puramente subjetivas y arbitrarias o francamente supersticiosas propias de épocas pasadas, dominadas por toda clase de prejuicios o suposiciones sin fundamento. La ciencia –qué duda cabe– se ha convertido, por tanto, en el soporte esencial de toda nuestra vida social.


Pero esto parece estar cambiando con motivo de la gran crisis sanitaria provocada por el Covid- 19 que ha trastornado nuestra vida en casi todo sentido.

En efecto, las opiniones y recomendaciones de organismos internacionales como la OMS como también las de todos los gobiernos y sus asesores, se han considerado como verdades incontrovertibles totalmente demostradas científicamente sin que se admita ningún cuestionamiento o examen crítico. Así, las serias observaciones y reparos a las medidas sanitarias y especialmente al uso de vacunas basadas en biotecnologías de efectos inciertos, se consideran poco menos que atentados casi delictivos contra la salud pública, sin atender al hecho de que tales objeciones han sido formuladas por expertos muy competentes cuyas opiniones deben ser al menos discutidas.


Es un hecho que quien se atreve a poner en duda la verdad oficial es silenciado, desacreditado, perseguido e incluso amenazado. Y quienes se niegan a vacunarse son tratados como peligrosos disidentes cuyas libertades y derechos son directa o indirectamente vulnerados.


Hay entonces, dos “verdades” y ambas pretenden sustentarse en la ciencia, especialmente en las investigaciones publicadas en medios especializados: la verdad oficial, que es, por supuesto la que conviene a los intereses comerciales de la Big Pharma y sus fabulosos negocios, y la de quienes, con credenciales impecables, la cuestionan.


Por ejemplo, el Nobel francés Luc Montaigner ha expresado sin ambages: “Los libros de Historia recogerán el enorme error científico y médico que ha supuesto la vacunación masiva contra el Covid -19 . Es un error inaceptable”.

Las afirmaciones del científico francés no han tenido otra réplica que la de afirmar que son resultado de un estado “senil “debido a su avanzada edad; “argumentación” verdaderamente tan inaceptable como insólita.


Por su parte, Robert Malone, creador de la técnica del ARN mensajero, en la que se basan la mayoría de las nuevas vacunas, advierte en términos dramáticos sobre el peligro que conlleva la vacunación masiva de niños: miocarditis y pericarditis, grave afectación del sistema inmunológico, severas lesiones neurológicas entre otros efectos adversos, al tiempo que insiste en lo que todos saben: que son necesarios varios años para comprobar con certeza los efectos de estos biológicos especialmente en lo que se refiere a su verdadera efectividad y seguridad.


Otros muchos expertos como Judy Mikovits, Geert Vanden Bossche, Mike Yeadon y Suharit Bhakdi, por citar solo algunos, llaman también la atención con serios argumentos sobre tales efectos tanto en el corto como en el mediano y largo plazo, habiendo sido todos ellos responsables de investigación sobre vacunas de reconocidos laboratorios y no fanáticos militantes de los movimientos anti- vacunas. Pero, como viene de decirse, tales argumentos no son siquiera discutidos y la verdad oficial se impone como un dogma infalible, porque, por definición, “los dogmas no se discuten”.


Como lo dijo lúcidamente Carl Sagan: “Uno de los grandes mandamientos de la ciencia es: desconfía de los argumentos que proceden de la autoridad”. Y agregó que los científicos, que también son primates, son dados a aceptar ciegamente las jerarquías de dominación. Y, puede decirse también, que acaban muchas veces por ceder a toda clase de presiones y estímulos que les hacen perder su objetividad e imparcialidad. La ciencia en abstracto es una cosa, pero la ciencia en concreto ­-que la hacen los seres humanos -es otra.


Y no sólo se hace oídos sordos a las preocupaciones y advertencias de los científicos independientes, sino que, además, se desacredita apresuradamente todo tratamiento alternativo contra el Covid- 19 con afirmaciones sin suficiente soporte y con nula o pobre investigación, como lo ha demostrado el muy bien documentado y erudito divulgador médico doctor Joseph Mercola.


Por supuesto que existen toda clase de teorías, suposiciones y especulaciones sobre el nefasto virus y sobre las vacunas que lo combaten. No hay que darles credibilidad sin pruebas suficientes y en forma indiscriminada y acrítica. Pero lo que en buena práctica científica no puede hacerse, es silenciar y censurar tales opiniones sin debatirlas y controvertirlas con argumentos bien fundados. No basta, por tanto, descalificarlas despectivamente afirmando simplemente que son teorías “conspiranoicas”.


Cierto. Hay una nueva inquisición que prohíbe el libre examen de todos los temas que se refieren a la pandemia y a las vacunas y que enciende la hoguera de su intolerancia contra todos los que se aparten de la verdad oficial, difundida incansablemente por los medios de comunicación y por los gobiernos subalternos que oculta muchos hechos y opiniones incómodas. Incluso se ha llegado hasta el extremo de que los administradores de las redes sociales se erigen en árbitros infalibles de la verdad y del error, censurando arbitrariamente todo lo que –según pretenden– es falso científicamente, con la ominosa leyenda: “Este video se quitó debido a que infringe los lineamientos de la comunidad You Tube”. ¿Será demasiada suspicacia pensar que no lo hacen precisamente por su fervoroso y desinteresado amor por la verdad?


En conclusión: si no recuperamos el verdadero espíritu científico para el cual es absolutamente esencial el debate crítico, abierto, libre, sin dogmas ni mordazas, estamos ad portas de otra edad oscura. Habremos retrocedido centenares de años a la época en que la verdad era lo que opinaban o convenía a los detentadores del poder. La ciencia, como tal, habrá sido también víctima de la pandemia y de quienes de ella se lucran.





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