Columna 7
INDEPENDENCIA: UN CONCEPTO A REVISAR
Actualizado: 19 jul 2021
Por: Marcos Rafael Rosado Garrido.
Los conceptos e imágenes de las épocas, son desvirtuados por las realidades sociales que se presentan en otras. Valores, instituciones, procesos históricos e incluso religiosos dados como definitivos y absolutos, deben con el tiempo y, ante la realidad del eterno enigma que es la humanidad, revisarse y adaptarse a las exigencias de los nuevos tiempos y a los análisis esclarecedores de pensadores, estudiosos, y críticos. Democracia, pueblo, soberanía, independencia nacional, son principios cuyo peso específico aparentemente absoluto e inmutable, ha ido cambiando, incluso desapercibidamente y, a veces, a través de dolorosos partos.
La “Independencia” con el significado de plena autonomía, autarquía, plena competencia estatal, o de dueños y elaboradores indiscutibles de nuestro destino patrio, es un concepto cuya relatividad actual tratamos de desconocer acudiendo a un mecanismo de defensa por negación, y a otro por sublimación de orgullo nacional. En realidad lo que entendemos románticamente en nuestra historia por “ser independientes”, sufre el embate de los contemporáneos sistemas de análisis de la Historia basados en su mayoría en el marxista Materialismo histórico con sus elementos de infra y supra estructura, medios y relaciones de producción, y modo de producción social. La historia romántica ha quedado atrás, los próceres angelicales que estaban sobre el bien y el mal, también. Se imponen ahora, como hacedores históricos, las verdades de la humana naturaleza - llámense pueblos, naciones, Estados, hombres predestinados - con su carga de lo bondadoso y lo perverso, mezquindades e intereses económicos personales y nacionales; y la rotunda verdad de ese Leviatán que es la Geopolítica. La geopolítica siempre ha existido, ha estado ahí, pero en los actuales momentos es impresionante su presencia y presión histórica. Ese concepto, ahíto de deseos de ciertos países para mejorar posicionamiento estratégico de dominio e influencia, tanto en lo militar como en lo económico, desbarata prácticamente la esencia de la palabra “independencia”, volviéndola un concepto jurídico más simbólico y teórico que real, prácticamente un autoengaño patrio. El criterio gaullista de que las grandes naciones no tienen amigos sino intereses, se nutre en el de la geopolítica. Si eres fuerte como Nación, país o Estado, debes imponerte para seguir siéndolo; si no lo eres “y si no puedes vencerlo, únetele”, o busca un aliado que te dará protección imponiéndote condiciones, como un señor feudal a un siervo de la gleba.
Con esa simbiosis, muchas veces no solicitada, sino impuesta, como es el caso del colonialismo, esa circunstancia de vida en común compartida por especies diferentes y de la cual ambas deberían equitativamente sacar provecho, el principio de lo independiente entre los países simbiontes simplemente se desdibuja, casi hasta llegar a desaparecer, como sería el caso de una ocupación militar, por la elemental razón de que el asociado más fuerte – la potencia del caso – será el que imponga las reglas de convivencia.
En realidad, el concepto de Independencia con el sentido político de liberación nacional, obtención de la propia autonomía y competencia sin intrusión externa o superior, no siempre existió. Se entendía como un deseo insolente del hombre para con Dios, de sublimarse aquel contra la voluntad de este. Leyendo la obra de Germán Arciniegas “América en Europa”, comprendemos hasta donde un teocentrismo, supuestamente desplazado durante el Renacimiento por el Humanismo, en pleno siglo XVIII lograba controlar las concepciones ideológicas políticas en la Europa de las testas coronadas, a favor de estas, señalando la Independencia como algo contrario a la moral, que implicaba el derribo del sacro viejo orden venido de Dios. Para la “Enciclopedia” la “Independencia era la piedra filosofal del orgullo humano; la quimera tras la cual corre ciego el amor propio. El término que los hombres se proponen alcanzar siempre sin lograrlo jamás”.
Debieron darse verdaderos cataclismos sociales y políticos, entre ellos las guerras independentistas americanas con los correspondientes idearios políticos proyectados al viejo continente incluso, para que los europeos comprendieran, y pusieran a su vez en práctica, los principios de liberación ya no como ilegalmente subversivos sino conformes a los derechos del hombre y al concepto de la emancipación de los pueblos. Imponiéndose de esa manera el auténtico significado político de autonomía nacional, sin ningún vínculo obligante de decisiones externas contrarias a los propios designios patrios y pleno autogobierno.
Al menos en teoría…pero después de los iniciales entusiasmos, vienen las realidades de facto: no hay Independencia – con todo lo que encierra el concepto como bienestar social, políticas públicas de desarrollo y capacidad de defender dicha independencia – sin poder económico y militar. Y, lo uno conlleva lo otro. O, buscas a los antiguos amos, desde una supuesta nueva posición de fuerza y aludiendo al distractor de una misma cultura e idioma compartidos, o, tocas a la puerta de supuestos nuevos amigos.
En ambos casos la situación seguirá siendo asimétrica, pues la necesidad tiene cara de hereje y, así comienza a cuestionarse y a ceder la supuesta independencia. Los ejemplos cunden: En el primer caso, se acude a los anteriores amos, estos “respetuosos” con el nuevo estatus de su antigua colonia, negocian y acuerdan por lo legal lo que antes obtenían por la fuerza, pero siempre salen gananciosos, si no, ni inversión, ni prestamos, ni armas. Es el caso de Colombia con España, y de los países del norte de África con Francia.
Se acude a los nuevos amigos, y la cosa es igual con algunas variantes. Se brindará toda la ayuda que requiera la nueva nación amiga y, como no tiene desarrollo económico que permita cancelar los créditos otorgados “que comenzarán a pagarse dentro de tantos años a cero intereses en los primeros tantos años”, estos se cancelarán con la explotación de recursos naturales a cargo de empresas del país amigo. En este aspecto jugará un papel fundamental la oligarquía del nuevo país independiente, la cual para participar en la repartición del botín dejará a un lado los escrúpulos de soberanía, independencia, y patria. Las “banana republic” son el mejor ejemplo de esto, y sobra decir que nuestro país se incluyó o incluye en este campo.
En otros sectores como el de la explotación del cobre, sea en Chile o en El Zaire, el estaño en Bolivia, o el petróleo en Venezuela o el Medio Oriente, la circunstancia es prácticamente la misma.
El caso de Venezuela es patético. Dentro de la rimbombancia del Estado socialista verdaderamente independiente y popular, nos encontramos ante una Nación arrodillada ante China y Rusia, endeudada en forma tan desproporcionada que se comenta que los chinos se abrogan el derecho de fiscalizar los pagos que se hagan a otras deudas que no sean las suyas, o sea, China es el revisor fiscal de la economía venezolana ¿puede llamarse a eso Independencia, más aún, siendo el país el mejor ejemplo de la lucha insurgente patriótica? Los Sukhoi y los T-72, supuesta baza fundamental para la defensa de la revolución chavista, no son sino parte y causa de ese expolio a la soberanía venezolana.
A cambio de todo aquello, los elementos que conforman el conjunto jurídico que es la independencia (soberanía, integridad territorial, pueblo, autonomía etc.) sufren desmedro, por ejemplo: la concesión a una potencia extranjera para asentar una base militar en suelo patrio, aún con el permiso del Congreso, es declinación territorial. Ese permiso concedido por el Legislativo no es sino un golpe legal a la cacareada “soberanía popular”.
En Colombia el asunto es histórico, con tintes de comedia vergonzante. En el año 1.857 el entonces presidente Mariano Ospina Rodríguez envió una nota al embajador colombiano en Washington, el general Pedro Alcántara Herrán, para que tanteara con los norteamericanos la posibilidad de que Colombia fuera anexada a la Unión Americana, o mejor, se estudiara la posibilidad de que nuestra patria fuera una estrella más en la “stars and stripes”. Se aducía que así se cancelarían las deudas con el país del norte, más todavía, se mejoraría la raza. Nos pondríamos a paz y salvo con nuestro norteño acreedor entregándole el territorio, la soberanía, la dignidad y orgullo patrio, los recursos naturales y al hombre mismo colombiano.
Me cuesta trabajo imaginar festejar nuestra Independencia el 4 de julio y no el 20, pero para Ospina Rodríguez quizás no se trataba sino de avanzar 16 días en el calendario y ya, al fin y al cabo era el mismo mes. Esto no lo cuentan los libros de historia patria, el autor de estas líneas lo obtuvo de un comentario de Alfredo Iriarte (q.e.p.d) en su columna dominical, de agosto 18 de 1.974, en el diario El Tiempo, de Bogotá. Los norteamericanos ni se dignaron a contestar.
Hoy, el concepto independentista toma visos dramáticos también, pues con los criterios de los Estados modernos, la globalización, las comunicaciones y nuevas tecnologías, pero sobretodo el vertiginoso ritmo del comercio y la lucha por los mercados mundiales, el mundo se estrecha, las fronteras se diluyen e incluso el Derecho se internacionaliza más, borrando criterios de separación, y consagrando mayor integración mundial. El concepto de Independencia, de lo que es ser independiente, hay que revisarlo igual que el de Democracia, Pueblo y Soberanía, antes que sea tarde y la Corte Internacional de La Haya, no conforme con quitarnos a San Andrés, decida que pertenecemos a Nicaragua, perdón, a Daniel Ortega y a su pintoresca esposa, y desaparezcamos como Nación.