Columna 7
EL PUEBLO NO ES UNA RATA
Actualizado: 3 ago 2021
Por: Rosember Rivadeneira Bermúdez.
Es necesario reconocer los aciertos, pero también elevar la voz por los desaciertos. La queja pública no es un acto de desagradecimiento y mucho menos de traición. Es el elixir de la libertad de expresión.
No realizo apologías a la pobreza. Si una persona decide ser pobre, es su problema. A los demás nos corresponde ocultar nuestra mirada como el avestruz y dejarlo que sea feliz cargando su cruz. Pero si un pobre o rico paga impuestos y se los roban, es problema de todos y, a pelear, debemos estar dispuestos.
Es ridículo pretender que el Estado enriquezca al individuo, pero tampoco es legítimo que el Estado lo despoje de la posibilidad de prosperar, o que lo prive de los beneficios sociales que deben desprenderse por los aportes que realiza.
Un sistema tributario correctamente diseñado y aplicado, no es una cosa distinta a una inversión colectiva. El pago de impuestos se inspira en el principio de reciprocidad, porque el ciudadano aporta para que le retribuyan en prosperidad social, no para que le roben, pues en tal caso su contribución dejaría de ser un impuesto. Se trataría de una extorsión legitimada por el poder político.
En nuestro Estado reina una pobreza muy particular. El agresivo sistema tributario no es para un país pobre. El problema radica en que todo lo que llega a manos de la población trabajadora se esfuma en el pago de impuestos, deducciones laborales, de seguridad social, retenciones en la fuente, IVA, industria y comercio, impuesto al consumo, estampillas, impuesto de renta, al patrimonio, ganancias ocasionales, tasas, contribuciones, parafiscales, impuestos de rodamiento, prediales, valorización, cuatro por mil, etc.
Señor lector, abra sus ojos, por que habitamos en un país en el que la pobreza no es una elección, sino una imposición. Quienes están en el poder son tan sanguinarios que nos cobran impuestos hasta por ahorrar.
¡Que el pueblo está conformado por estúpidos! comentan quienes gobiernan, porque la población se queja… pero paga los impuestos. Y, para colmo de males, continúa creyendo por fe en las obras que no ve.
Ciertamente algunas autoridades juegan a ser científicos, experimentando la fórmula de la riqueza con las ratas del pueblo.
No es lo que comentan algunos tergiversadores de la realidad, que la población se complace en la pobreza y, por tanto, le corresponde sufrir el castigo de su pereza. La patología social consiste en que no les permiten prosperar.
Quienes gobiernan no hacen y tampoco dejan hacer. Las autoridades omiten crear espacios para que el ciudadano, el profesional o el empresario encuentre oportunidades de prosperidad.
Simultáneamente a ese “no dejar hacer”, se ha cultivado la degradante mentalidad de dependencia, mediante la creación de subsidios de diversa índole que, entre otras, no llegan a manos de todos los que integran a la población vulnerable, y tampoco tienen por objeto arrancarlos de las garras de la vulnerabilidad.
He ahí una de las grandes barreras que nos impide lograr la tan anhelada prosperidad.
No obstante, en este país, ha hecho carrera el que se victimice y someta a escarnio social a quien reclama, obligándolo a cargar con el slogan de ser enemigo de los pobres, de estimular la pobreza u oponerse a la “prosperidad”. Algo realmente paradójico.
Dicha circunstancia refleja la existencia de otra variante de pobreza, que realmente es más grave que la económica. Me refiero a la escasez de consciencia.
Tristemente, la historia ha revelado que la defensa más ingrata es la que se realiza a favor del desposeído, porque en su ignorancia son los primeros en destruir a su defensor. Por tanto, al defender al pobre de consciencia, te lo cargas de enemigo y de paso pierdes el favor de quien detenta el poder.
El pobre de consciencia es el enemigo número uno de la luz. Ignora que las llaves que abren la puerta de la riqueza son el despertar de consciencia, el goce de un estado de libertad y el autoconocimiento.
La situación es compresible, desde un punto de vista psicológico. Están acostumbrados y se complacen en el sufrimiento, disfrutan el trance producido por las lágrimas, e hipnotizados por la asistencia social, cortan sus alas y se limitan a vivir de migajas. Se flagelan así mismos cargando en el cuello la pesada cadena intergeneracional de sometimiento, y exhiben con orgullo la marca de la esclavitud social que les tatuaron en la piel, la cual actúa como un programa genético que los conduce a adoptar una posición complaciente con su verdugo.
Por ello, se alertan ante la aparición de cualquier persona que acude en su auxilio para estimularlos a libertar la consciencia y se apresuran a destruirlo. Han permanecido mucho tiempo cautivos, por eso la libertad les parece un castigo.
El tirano no se molesta en responder a las quejas, le basta con enviar a los esclavos para que oscurezcan el faro que pretende ayudarlos a salir de la fosa en que se encuentran.
Es el precio que debe pagar quien cumple el deber moral de hacer el bien. Es el lado oscuro por el que se transita al compartir la escasa luz de sabiduría que acompaña a algunos seres en este plano material.
Se trata de un impulso espiritual que conduce a algunos seres a extender la mano a los hermanos rezagados. Pero el estado de inconsciencia en el que se hallan, los obliga a rechazar la ayuda. Tildan de sapo al caritativo y se apresuran a aplastarlo.
He ahí la razón de la muerte de Gandhi. He ahí el suplicio al que fue sometido Jesús. No le faltó sabiduría a Jesús cuando, al expirar su último aliento, gritó a todo pulmón a su padre: ¡Perdónalos, porque no saben lo que hacen!
Pero, hoy vivimos en una época distinta. Hemos ingresado a la era del despertar colectivo. No volveremos a inclinarnos para besar los pies de Herodes, y luego levantarnos para abofetear a nuestro salvador.
Se han abierto las puertas que permiten el acceso al mundo del ser, saber y actuar.
Hoy experimentamos circunstancias propicias para abandonar la pasividad, la complacencia, la autoflagelación, para romper las cadenas que nos atan al estado de ignorancia y tomar el control de nuestras vidas.
Es hora de que los habitantes redescubran su ser, acojan la luz que se les brinda para librar la batalla en contra de su opresor y se dispongan al progreso.
¡La ignorancia ha sido disipada!
¡La esclavitud se terminó!
¡Despierta pueblo!