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EL MITO, EL CHISME Y LOS QUE QUEDAMOS

LA PAZ (CESAR)


Por: Ariel Quiroga Vides. Abogado.

Nací un 6 de septiembre en la ciudad de Valledupar, específicamente en lo que una vez se llamó clínica Los Ángeles, lo sé con claridad porque mi mamá alardeaba de eso, pues decía que yo vine al mundo en un lugar fino, y no en un hospital, y bueno, a mí también me inflaba el pecho, aunque una y otra vez hablara del tema mientras en la casa la comida estaba embolatada, pero qué sé yo, son las paradojas que se viven en un Caribe empobrecido, pero de gente sumamente orgullosa y cegada por las parafernalias de la trivialidad.


Como niño estrato cero viví entre necesidades, unas cuantas limpias que reconozco me las merecía por ser bien bellaco, puñeras que me daba con mi hermano y mis primas, y claro, entre mitos y leyendas de un pueblo cuyos topes de progreso, se los debe a la bonanza contrabandista del momento.

Nací en Valledupar, pero mi corazón es de La Paz (Cesar), un pueblito de gente enchoyada, de acento más cantor que un vallenato de Tomás Darío Gutiérrez y con un problema bien feo, y es que los que no nacimos allá, siempre seremos unos fuereños para los nativos “originales”. Pero que me interesa a mí, si un pacifico de pura cepa se enoja conmigo, el día que vuelva resolvemos el temita con unos fritos donde Juvalito; Dios quiera que tengamos para pagar, porque si no, Juval nos cobra con el cuero, y peor si uno está muchacho. (Al señor Juval le gustan los pelaos).


Una historia que me enamoró desde niño, es el origen del talento del difunto Jorge Oñate, quien según cuentan, su mamá, la vieja Delfina, bajaba a lavar la ropa al río mocho, y ella, con ese vientre soplado, mientras jondeaba jabón puro que da miedo, escuchó el canto de la culebra Doroi, una enorme serpiente que se paseaba por las riberas y las aguas del río, pero no lo hacía para morder a las matronas que bajaban a lavar la ropa ni a los bañistas, sino para que escucharan su canto, pues sí, este monstruo mitológico cantaba, afinaba su garganta y creaba hermosas melodías, y fue así que mientras el jilguero estaba en el vientre de Delfina, escuchó el arte de Doroi y al nacer, ya salió cantando.


Del Jilguero se sabe que era un hombre jovial, buena gente y de buen trato, pero como todo ser humano tuvo sus descaches, y recuerdo aquel cuento, que en una parranda Leonardo Torres, no el viejo, sino el pelucón, contaba con burla ante varios amigos, entre ellos el sinvergüenza de Chejo Gnecco y la víctima de la anécdota, Jike Ferias, el actual Secretario de Cultura de la Paz.

Resulta, que, en una amanecida de fiestas de octubre, el grupo de muchachos y el Jilguero se encontraron por coincidencia en un puesto de arepa de huevos, y a Oñate ese día como que no le dio la gana de saludar a nadie, cosa que no toleró Jike Ferias, y en voz altiva, el pelao le dijo al cantante ¡Oye Oñate, Saluda! Y el Jilguero como buen pacifico caprichoso se volteó y le dijo, saluda tuuu, que te voy a saludar yo a ti, aquí el artista soy yo, y remató, pelo e culo. Este hecho es motivo de burlas cada vez que los amigos nos reunimos a tomar.


En la Paz raramente se conoce el nombre de pila de las personas, pues es costumbre colocar apodos que duran para toda la vida, y es posible que te cases con alguien de allá y solo le escuches el nombre el día que estén en la iglesia, de resto lo llamarás como el pueblo lo llama. Recuerdo a Chacara enredá un abogado que vendía chance y caminaba con las piernas abiertas, y nadie se preguntó si era producto de una condición médica, lo más fácil era sacarle la burla al caminado del hombre. También estaba Juancho Copa, un señor cuya cabeza se asemejaba a una vulgaridad. El Toyota y sus hijos los toyoticas, (familiares, por cierto), de quienes nunca entendí el apodo. Recuerdo a un grupo de mujeres que les decían las pan guindao, vasito de agua, la yuca mala, las apretá y una amiga de mi infancia de quien no diré el nombre, pero se le decía macho sin picha.


En este momento mi mamá se sentó a mi lado y empezó a decirme, no olvides también a Culo seco, cabeza e tajá, el comelón, Pipe el Bocón, El Nene Quiroga Pedraza, Yiyo, María la bocona, el Boque Canales y uno que no se pierde parranda gorreada, El Bemba de Colombia. Se me escapaba el aguao, el papá de un amigo al que le decíamos el aguaito, pues parece que a esos vergajos les negaron la columna dorsal ya que se movían como el cigüeñal de un carro.


Tal parece que la burlita de los pacíficos de ponerle apodos a todo el mundo, afectó fuertemente a los vallenatos y a la gente de San José de Orientes, quienes para devolverles la pendejadita, se inventaron que todo el que se bañara en el chorro, se volvía marica. El Chorro es un balneario que aún existe en La Paz, y es de conocimiento regional, que, en la Paz Cesar, la población LGTBQ+ (Maricas) se reproduce como los conejos. Con Certeza digo, me bañé en el chorro muchas veces, pero…

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