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EL ARTE EN LA HISTORIA DEL CARIBE (II)

Paul Gauguin y su estancia caribeña

Por: Jorge Enrique Elías-Caro.


Al Caribe, como espacio social y cultural, varios han sido los artistas que aprovecharon este universo como centro de inspiración. Personajes de mucho reconocimiento –que procedían de las diversas escuelas europeas o movimientos artísticos– llegaron al mundo insular o de zonas costeras continentales del “mar de los siete colores”, tal como le describiera Germán Arciniegas en su libro Biografía del Caribe. Al inicio del periodo colonial en la Antillas desde los imperios europeos se trasladaron sacerdotes, botánicos o militares que ―en el marco de expediciones científicas, castrenses o en misiones de ordenes religiosas― también dibujaban las impresiones de lo que iban viendo. Eran como una especie de cronistas ilustradores que en vez de usar el lápiz para escribir empleaban la pluma y el pincel para dibujar lo que sentían y vivían.


Posteriormente, las técnicas artísticas fueron avanzando. Llegaron italianos en las postrimerías de El Renacimiento y albores de El Barroco. También pintores británicos, españoles, de Países Bajos y franceses. Con la llegada del siglo XIX y la entrada de otras tendencias, el espacio caribeño se convirtió en lugar de oportunidades, pero también de búsqueda de aventuras. Esto fue lo que el posimpresionista francés Paul Gauguin (1848-1903) vino a buscar en 1887, cuando estuvo entre el Istmo (departamento de Colombia) y Martinica. Gauguin con su estilo sintetista y reconocido mundialmente por el uso experimental del color, que junto a otros vanguardistas franceses como Henri Matisse, Camille Pisarro, Édgar Degas, Paul Cézanne, como también del maestro holandés Vincent van Gogh, hicieron de estas técnicas un estilo propio y llamativo.



Figura 1: Idas y venidas, Martinica de Paul Gauguin (1887). Óleo sobre lienzo. 72,5 x 92 cm. Colección del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid (España).


Antes de llegar a la isla (junio-noviembre de 1887), previamente, había estado en Panamá, a donde había llegado para trabajar en la construcción del Canal, pues, para ese entonces, a finales de 1886 y comienzos de 1887, la infraestructura interoceánica estaba siendo cimentada por un convenio entre países suscrito entre las repúblicas de Colombia y Francia. No fue su primera llegada a América. Sus raíces maternas eran latinas. Dominaba muy bien el castellano, ya que cuando niño vivió varios años en Perú. Residió con su tío, madre y hermana María en Lima por más de cuatro años. Llegó de 18 meses de nacido al país de los Inca y regreso a París cuando tenía siete. Por eso, estaba impregnado de latinoamericanismo. Los primeros contactos con el arte los tuvo en Lima. Su madre era cercana al arte americano primitivo. Fue nieto de la feminista y socialista defensora de los derechos de la mujer Flora Tristán, hija de aristócratas y militares peruanos de Arequipa. Esas impresiones de su infancia peruana fue lo que hizo que en más de veinte de sus obras aparecieran figuras de arte prehispánico andino y momias del imperio incaico. María se casó con el colombiano Juan Nepomuceno Uribe, exportador de quina, con quien tuvo dos hijos. Una vez Gauguin en una carta se refirió a él como “el estúpido de mi cuñado”. María, vivió en el país por varias décadas hasta su muerte en Bogotá, al lado de su familia colombiana.


La estancia en Panamá de Gauguin no fue la mejor. El calor, la insalubridad y otros aspectos poco agradables para él, lo llevaron a estar sin empleo y en bancarrota, tal como lo relató a su amigo en varias cartas, el también artista Emile Schuffenecker. Asimismo, lo contó a su esposa danesa, Mette-Sophie Gad, con quien tuvo cinco hijos. Hablaba muy mal de las costumbres y de la gente colombiana, a quienes veía como atrasados e injuriaba constantemente.


Figura 2: Paisaje costero de Martinica de Paul Gauguin (1887). Óleo sobre lienzo. Musee des Beaux-Arts Andre Malraux, Le Havre (Francia).


Debido a esa mala estancia en Panamá, donde no elaboró una obra conocida hasta ahora, solo unos pocos retratos, se traslada con su amigo, el también pintor Charles Laval (integrante del movimiento artístico francés de la Escuela de Pont-Aven) a una de las Antillas menores, comprensión territorial de las colonias de Francia en el Caribe, la isla de Martinica, en donde se instala en Saint Pierre –en una choza de paja que tenía goteras–, pero que según Gauguin, era un lugar privilegiado de la naturaleza que le permitía compenetrarse con los paisajes, la biodiversidad y la gente en la vida rural. Estando entre Panamá y Martinica padeció de disentería, sífilis y malaria. En total pintó doce obras en Martinica dedicadas a la gente y lo que veía. Los árboles, la playa, los colores del campo, su cielo y sus flores, los bosques, las montañas, los amaneceres y atardeceres, entre otros motivos, siempre acompañados de personas nativas, quienes fueron la musa de su iluminación.


Dentro de esa docena de obras inspiradas en el sentí-pensar de lo caribeño, varias están catalogadas como unas verdaderas “joyas” de arte, primordialmente por el telón natural que tienen de fondo. Las convierte en exóticas locaciones. Además por cómo dibuja de forma colorida las expresiones de los originarios de la isla, hasta el punto de afirmar –al final de sus días– que de esas, según él, cuatro eran de las mejores que había pintado a lo largo de su vida, en especial, por el significado que tenían sus colores brillantes ligeramente pintados de las escenas que utilizaba como exterior.



Figura 3: Paisaje tropical en Martinica de Paul Gauguin (1887). Óleo sobre lienzo. München, Neue Pinakothek. Staatsgalerie Moderner Kunst, Múnich (Alemania).


Aparte de cuadros terminados que hizo durante su corta estancia de casi medio año en la isla, también en Martinica hizo varios bocetos y estudios que después de regresar a Francia, o incluso estando ya en los mares del sur de Tahití, logró terminarlos, pues, el recuerdo de los isleños y los paisajes siempre estuvieron presentes en él. Hasta el punto que varias de sus obras tuvo como elemento principal a los nativos de allí.


Dentro de los cuadros terminados que pintó en las Antillas, pueden citarse a: Paisaje Tropical, En la orilla del mar, Paisaje, Yendo y viniendo (“Idas y venidas”), actualmente en la colección del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid (España), Pueblo en Martinica, En la orilla del lago (o estanque) que hace parte de la colección de arte del Museo Van Gogh de Ámsterdam, Ven y vete, Cabañas en Martinica, Paisaje costero o Choza bajo los árboles, ésta última que es una pintura alusiva al lugar dónde habitó y que hoy hace parte de una colección privada en Washington (EE.UU). Por su parte, los bocetos y estudios que posteriormente fueron creados y dados a la luz pública por el autor sobre el contexto caribeño están: Pastorales de Martinica (1889) que se encuentra expuesto en el Museo de Arte de Cleveland (EE.UU), Cabeza de mujer (1887), la acuarela Negros de Martinica (1890), Estudio de mujeres de Martinica (1887) y Saltamontes y hormigas. Un recuerdo de Martinica (1889) que hace parte del Instituto de Arte Sterling y Francine Clark de Williamstown, Massachusetts (EE.UU).



Figuras: 4. Cabeza de mujer en Martinica de Paul Gauguin (1887). Gráfico en colores. Ámsterdam, Museum Van Gogh; 5. Negros de Martinica de Paul Gauguin (1890). Acuarela. Colección privada.


La obra “martiniqueña” de Gauguin se encuentra esparcida por los principales museos, bibliotecas, galerías o centros de colección privada en distintas partes del mundo. Tal como lo podemos ver en las imágenes que relacionamos. Madrid (España), París y Le Havre (Francia), Ámsterdam (Países Bajos), Múnich (Alemania), Washington, Cleveland, Williamstown-Massachusetts (EE.UU). Igualmente, se pueden ver en Zúrich (Suiza), Bruselas (Bélgica), Nueva York (EE.UU) y otras tantas ciudades.


Gauguin, como uno de los pintores que definen el Sintetismo, encuentra en el Impresionismo –como también por las influencias del Cloisonismo– su fin u objetivo artístico por las imágenes que representa, ya que aplica las más sencillas maneras de lo estético. Por lo que gráficamente expresa como arte una semiótica de diseño simplificado, color reducido y de curvas con cierto nivel de negro afianzado. La síntesis es su esencia. Como simbología, la simplicidad de sus trazos significa la percepción real del entorno que observa y el contexto económico, social, cultural, ambiental y político que lo rodea. Usa las impresiones de lo que ve y piensa en el momento de crear artísticamente, pero también, acude a la memoria de su experiencia natural y sentimientos vividos.


De ahí que el Caribe no le haya sido indiferente, por el contrario, su estancia en Saint Pierre fue una fuente inagotable de inspiración para formar un ambiente pictórico que aún se mantiene vigente. Además, son obras que, tal como sucede con las playas exóticas y paisajes indomables que posee el espacio Caribe, enarbolan pasiones. Por eso, están en la cúspide del arte universal y son de las más costosas que se comercializan en el mundo del arte.



Figuras: 6. Paisaje de Martinica de Paul Guaguin (1887). Pintura al óleo, 117 x 90cm. En colección Scottish National Gallery del National Galleries of Scotland; 7. Choza bajo los árboles de Paul Gauguin (1887). Óleo sobre lienzo, 92 x 72cm. Colección privada. Washington (EE.UU).


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