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Editorial 7 de noviembre: COP26

Hace apenas una semana, en la apertura de la cumbre de líderes mundiales sobre el clima, en Glasgow (Escocia), António Guterres –secretario general de las Naciones Unidas– envió un fuerte mensaje al mundo: “Estamos cavando nuestra propia tumba”, se expresó así, en referencia a la adicción a los combustibles fósiles que amenaza con llevar a la humanidad y al planeta hacia un precipicio, debido al calentamiento global que con el transcurrir del tiempo se ha vuelto insostenible.


Las palabras de Guterres fueron enfáticas al decir: “basta de maltratar la biodiversidad. Basta de matarnos a nosotros mismos con el carbono. Basta de tratar la naturaleza como un retrete. Basta de quemas, perforaciones y minas cada vez más profundas”.


Nuestro mundo está en peligro, y en ese sentido, Juan Pablo Sierra, joven activista de la ONG United for Climate Action (Unidos por el cambio climático), justo antes de que comenzara la ceremonia dijo: “queremos que los jefes de Estado sean verdaderos líderes, y que hagan posible el cambio y den un paso adelante durante la COP26”.


Es sumamente preocupante que el aumento del nivel del mar es el doble que hace 30 años, que los océanos están más calientes que nunca y que partes de la selva amazónica emiten ahora más carbono del que absorben.


Es cierto que existen anuncios en materia de acción climática que pueden dar la impresión de que estamos en el camino de revertir la situación, pero en palabras de Guterres “se trata de un espejismo”.


Todos los países del G20 tienen mayor responsabilidad, pues representan alrededor del 80 % de las emisiones, no obstante, las economías emergentes también tienen que hacer un esfuerzo extra. Es preciso formar coaliciones para crear condiciones económicas y tecnológicas que permitan acelerar la descarbonización de la economía y la eliminación del carbón.


Claramente, esta clase de encuentros entre países, –que por cierto son los más poderosos del mundo y otros no tan poderosos, pero con cierta notoriedad en el concierto de las naciones–, son de suma importancia para proponer soluciones reales y comprometerse con la humanidad misma y no que resulte “bla, bla, bla”, como dijo Greta Thunberg, la niña que quiere salvar el clima.

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