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DE SATURNA A SANTA MARTA: MUCHO MÁS QUE 500 AÑOS DE HISTORIA

“… la bahía de Santa Marta es una sensación. Una apacible sensación de quietud, de bienestar, de mansedumbre. Enmarcada por la Sierra Nevada que se observa desde todos sus puntos cardinales, podría decirse –por su extraordinaria belleza– que no es un paisaje, sino una ilusión óptica”.

Septimus, “La Jirafa”

Marzo de 1950.


Por: Lorena Mosquera Chaparro.


Saturna, significa “tierra de nieve”, y con este alegórico nombre nuestros ancestros indígenas honraron a la imponente montaña nevada que se dibuja con los colores del mar, del trópico y de las nieves perpetuas como un círculo serrano sobre la que hoy es llamada Santa Marta; lo describió así, con su pluma fina, el inteligentísimo y creativo nobel parido en nuestra tierra, Gabriel García Márquez en su columna “La Jirafa”, corriendo los años 50’s cuando bajo el seudónimo de “Septimus” publicaba en el periódico “El Heraldo”. En ese entonces, describió con delicadeza y hermosura el paisajismo de nuestra tierra samaria, y aludió, aunque entre líneas, a la Sierra Nevada que de antaño vio nacer al indio Tayrona, y hace 500 años vio llegar a quien los anales de la historia llaman nuestro fundador: don Rodrigo Galván de La Bastida.


A propósito de la conmemoración de los casi 500 años de fundación de Santa Marta éste 29 de julio, quise dedicar ésta columna a repasar la historia no conocida de nuestra tierra, pues, se ha hablado, y con razón, de que nuestra ciudad como es vista hoy fue fundada por españoles venidos de la península, empero, poco se sabe acerca de qué hallaron los ibéricos en la “tierra de nieve” al lanzar sus anclas en la bahía por primera vez en la primera década de 1500.


Y es que Saturna, existe hace mucho más de 500 años, probablemente desde el s. XI cuando los antecesores de los indios Tayrona extendieron enormes poblados de piedra desde el norte hasta el oriente de la Sierra Nevada y construyeron amplios caminos entrelazados entre sí, provistos de tierras de cultivo, de canales de irrigación y rudimentarios pero bastante eficientes sistemas de canalización, los cuales permanecen incluso hoy, verbi gratia: en la ancestral “Teyuna” – que turísticamente se conoce como “Ciudad Perdida” – como un testimonio viviente de las calidades arquitectónicas y de la ingeniería de nuestros indígenas, quienes desarrollaron, quizá, los procesos urbanos más adelantados de la Colombia pre-hispánica.


A la par de la evolución y progreso de sus obras civiles, la comunidad Tayrona asentada sobre Saturna gozó de un prolijo desarrollo social y político, que alcanzó su cúspide iniciando el s. XVI con la llegada del conquistador, quien encontró en éstas tierras todo un entramado sociológico, cultural y gubernativo, en el cual los diferentes poblados ubicados a la largo y ancho de la montaña nevada, desde el nivel del mar y hasta más de 2700 metros por encima de él, funcionaban como unidades políticas independientes, empero a quienes les unía un poderoso lazo cultural que se fortalecía mediante festines en los que se pactaban alianzas geo-políticas para el control permanente del territorio.


Es por ésta razón que la lucha del conquistador por emplazarse en nuestras tierras con actos de señor y dueño no fue fácil, tampoco fue corta; todo lo contrario, se prolongó por lo menos por un siglo durante el cual pelearon de forma aguerrida los caciques de los pueblos indígenas de Gaira, Taganga, Mamatoco, Masinga y Chengue, entre otros, siendo al final tristemente derrotados al ser superados en armas, soldados, provisiones, tácticas de guerra, mas jamás podrá afirmarse que en dignidad y valor. Culminada la guerra por el territorio y su poderío, los ibéricos, fortalecidos y apoderados del entonces puerto más importante de la región Norte del Nuevo Mundo, el puerto de Santa Marta, emprendieron recorrido por tierras aledañas, naciendo así poblados como Villanueva, San Carlos de la Fundación, e incluso, partiendo de nuestro puerto la expedición que llevó a Jiménez de Quesada hasta Santafé, en el corazón del territorio de la cultura muisca, ciudad que se convertiría luego – no sé si merecidamente – en la capital del virreinato de la Nueva Granada.


Atrás quedaron los años de esplendor indio de la Saturna luego de tan ignominiosa y arrasadora conquista, y al erigirse nuestra bahía con el nombre de Santa Marta, sufrió durante la mayor parte del período colonial un injusto e impensado letargo, a la par de que ciudades refundadas por los españoles muchos años después gozaban de esplendor y riqueza en todas sus áreas. Santa Cruz de Monpox, en la ladera del río Magdalena, se levantaba como la ruta de comercio más importante de toda la Nueva Granada; Cartagena del Poniente destacaba por contar con el fuerte más poderoso del Virreinato y desde donde se repelían constantemente los ataques de piratas y corsarios que pretendían muy advenedizamente apropiarse de las enormes riquezas que eran despojadas de nuestro territorio para llenar las arcas de sus ilustrísimas Majestades los Reyes de España; Asunción de Popayán (que conserva en su nombre una toponimia típica indígena, relativa al “Gran Cacique Pioyá”) se constituía como la perla del Pacífico dada la vocación de su tierra por los grandes yacimientos mineros. Santa Marta en cambio, era vejada constantemente por la piratería y disminuida su población dados los ataques y quemas del pillaje en por los menos una veintena de veces, todo lo cual sumió al poblado en el sub-desarrollo, del que lamentablemente, cinco siglos después no ha podido librarse – aunque este asunto tiene un tufillo político que, ciertamente, no es de mi interés desplegar –.


Ad portas de que Santa Marta celebre el quingentésimo aniversario de su re-fundación – e insisto en éste término, re-fundación, porque como ya lo he dicho, Saturna existe y existió siglos antes de que los ibéricos la conquistaran – vale la pena que nos adentremos los samarios en las profundidades del conocimiento de su verdadera historia y nos apropiemos de ella, no para cuestionarla, sino para vivirla e impregnar así nuestro ADN con el pundonor que derive en un verdadero sentido de pertenencia por la tierra que nos dio a luz. Sólo así, samarios y samarias, podremos realmente esgrimir autoridad moral para celebrar por todo lo alto la maravillosa creación del Universo y de la naturaleza que es, nuestra “tierra de nieve”.

Nos leemos pronto.


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