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COMO CAMALEONAS….

Por: Elsie Betancourt.


La alegría, el sabor, las costumbres y la forma de hablar son elementos que hacen parte de nuestra identidad cultural y nos representan en cualquier parte del mundo. Tenemos una riqueza única especialmente en el hablar, producto de la llegada de los españoles a América. Cada región tiene un acento y vocabulario específico. Por eso no es posible hablar de un único acento colombiano.


Pensando en lo anterior, creo que las palabras, al igual que las imágenes sufren una transformación sutil y se convierten en el pan de cada día de casi todos, al comunicarnos. Recientemente estuve en una llantería porque se me había “espichado” el carro y de repente el llantero me dijo: “¡Tía…. tiene la llanta apolilla!”… me fastidió un poquito su forma de explicarme el problema y pensé… ¿Tía? Definitivamente, las palabras buscan otro tipo de manifestaciones. Los ejemplos están por todos lados. A la que vende corrientazos se le suele preguntar: ¿Amor, cuanto es?... En conversaciones ese Mi amor y Mi vida, tienen el propósito de acercar y poner en su sitio al mismo tiempo: ¡No mi amor, olvídate! …“Hermano no puedo hacer mas nada”… expresiones entre extraños que nunca se miran a los ojos. Entre personas que si se quieren no se viven diciendo Mi amor, Primo, Hermanito y si salen éstas a colación hay que estar mosca porque hay gato encerrado.


Cuánto vale?: ¿50 mil pesos?, ¿50 mil barras?, ¿50 mil lucas?, ¿50 mil palos? Todas estas expresiones se refieren a un mismo valor y estando en el bolsillo, físicamente son iguales y sin embargo tienen distintos significados. De pronto el lenguaje busca lo que suena sensual para que deje un saborcito agradable y hacer mas afable el día o también para que el acto y la imagen sean igual de juguetonas al momento de hablar y hacerle el quite a la monotonía.


Hay palabras que nunca se tendrán como obsoletas y pasadas de moda, como son vaina y ajá. La primera sirve para designar algo cuyo nombre se ignora: “la vaina es que no sé por dónde empezar…” muletilla verbal que define todo, nada y de las preferidas y más usadas por los colombianos. Sirve hasta para guardar secretos: “¿Me trajiste la vaina que te dije?”… útil para regañar o echarle pullas a alguien: “¡Qué es la vaina tuya!”. Es tan popular la palabrita que se usa por igual desde la alta montaña hasta la playa, pasando por ciudades y pueblos. Ha pasado de generación en generación y en vez de extinguirse se robustece más.


Prima suya es ajá, interjección que denota aprobación, satisfacción o sorpresa. A diario se usa como apoyo en conversaciones y pertenece más al léxico costeño y sorprende al visitante porque éste, puede que no entienda su aplicación. Hay mucho humor, ironía y picardía en las palabras de un costeño.


Si alguien tiene un chiste que contar, dirá “¡Ajá, Suéltalo!”… A la amiga que hace rato no se ve: “¡Ajá niña, dichosos los ojos que te ven! … Ajá termina siendo la palabra más corta pero más completa y la explicación más sencilla y contundente para comunicarnos.


Hay formas de saludarse, muy “especiales” especialmente entre los jóvenes: …Marica ¿cómo estás? “Oye bandida, para dónde vas?” Oye care e….” Y otras que por respeto a mis lectores no mencionaré. Los insultos son ahora las flores con las que adornamos a nuestras amistades más cercanas. ¿Será por la sobrepoblación de significados para una misma cosa? ¿Será por el placer de crear nuevas conexiones entre palabras e imágenes? Quizás…


Cuando oímos: “Listo Calixto”, “Que culebra tengo”, “Bájate del bus”, “Eche…”, Nojoooda…”,“Bacano…”, “ñerda…” etc.… palabras que solitas podrían confundir, nos recuerdan nuestra identidad cultural con expresiones que como camaleonas, cambian de significado dependiendo del momento y el tono de quien las dice, que al final es lo que les da vida propia y lo que “ultimadamente” importa.

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