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AMOR, TIEMPO Y MUERTE

Por: Andrés Ortiz. Estudiante octavo semestre de la Escuela de Derecho de la Universidad Sergio Arboleda.


¿Cuál es tu “por qué”? ¿por qué te levantaste esta mañana? ¿Por qué lees esta crónica?... ¿Cuál es el gran “por qué”? Estamos hablando de personas… las personas venimos a este mundo a conectar. Ahora, ¿Cómo hacemos eso? Sencillo. Amor, tiempo y muerte. Tres abstracciones que enlazan a todos y cada uno de los seres humanos de la tierra, todo lo que deseamos, todo lo que nos hace falta y todo lo que finalmente terminamos haciendo con nuestras vidas es porque al final del día anhelamos amor, deseamos tener más tiempo y tememos a la muerte. Ahora, sé que en principio se vuelve un poco confuso entenderlo, pero fueron estas tres abstracciones las que enfrentó la humanidad sin darse cuenta una mañana del año 2020.


Era una mañana como cualquier otra en una pequeña ciudad de Colombia llamada Santa Marta, el día se veía muy tranquilo, el sol brillaba con intensidad desde el cielo irradiando ese calor que es muy característico de las ciudades costeras de Colombia. Era domingo, y como si fuese un día cualquiera de un fin de semana del mes de marzo, me dispuse a asearme y comer un poco para salir con mis amigos a la playa. El día transcurría con normalidad. Una vez en la playa era interesante ver cómo se comportaban las personas de la ciudad, los samarios siempre han sido gente alegre y extrovertida, se podría decir que incluso son despreocupados, pero es entendible, son un reflejo del entorno que habitan.


Los samarios son gente cálida y eso lo notas con tan solo entablar una conversación, cuentan con carácter y con un fuego interior que causa una gran euforia en ellos, en ocasiones para bien y en otras para mal, pero es una de sus características más notoria. Pocas personas celebran como ellos, las calles por lo general siempre están adornadas con música, sobre todo en los barrios populares. Además son muy trabajadores, y con el famoso “rebusque” los padres de familia e incluso hasta los jóvenes logran dar sustento a sus hogares. La verdad, existen todo tipo de perfiles en esta ciudad, pero sin duda, el romance, el trabajo y la alegría se respiran en todas las calles.


Alquilamos una carpa para protegernos un poco del sol, me quité los zapatos e introduje los pies en la arena para disfrutar un poco de la playa. Pocas veces disfruté tanto del mar como ese día y no tenía idea todo lo que se avecinaba. Llegado el lunes, el ambiente se encontraba muy tenso al llegar a la universidad, pues todos comentaban la noticia del famoso virus que azotaba ya gran parte de Asia y se expandía con rapidez por todo el mundo. Era chistoso porque ni siquiera era una noticia nueva, de hecho ya se había hablado de ella cuando se dio su origen en China, pero hoy en día todo lo que se somete a redes sociales se globaliza tan rápido que ahora el pánico era general, y había personas que aún sin haber llegado el virus a Colombia sufrían psicológicamente de él, en fin, el pánico generalizado comenzó azotar las calles.


Todos tuvimos miedo, era algo tan nuevo que obviamente nos tocó un poco, pero como buenos colombianos, éramos escépticos. Veíamos la noticia como algo tan lejano que no creíamos que nos pudiese alcanzar, y entre pasillo y pasillo o reuniones solo se escuchaba a la gente decir “qué va, esa vaina está en China, por allá donde la gente tiene cosas raras, eso por acá no llega”. Para nosotros era una noticia más como la del H1N1 o cualquier otro virus que como dicen las personas de acá de la costa “era más la bulla que lo que fue”, pero no teníamos idea de cuán equivocados estábamos.


Pasaban los días y la desinformación se volvió el pan del día, los periódicos amarillistas no paraban de realizar artículos con datos erróneos día tras día y ahora cualquier persona con una red social se creía perito para hablar del tema. Del voz a voz comenzó a escucharse la desesperación de la gente y, con temor a lo que venía, escuchamos por primera vez la palabra “cuarentena”. Los Estados que no se habían visto afectados aún, querían emprender acciones proteccionistas como el cierre de aeropuertos y restricciones en la forma en que interactuaban los ciudadanos: como el uso obligatorio de tapabocas y ciertas reglas de saneamiento para los lugares con porcentajes significativos de aglomeración de personas. En otros lugares del mundo que ya se habían visto afectados, la cuarentena era una realidad. ¿Se lo imaginan? Millones y millones de personas confinadas a estar en cuatro paredes, fue toda una locura.

Anunciados oficialmente los primeros casos por el gobierno en todos los medios públicos, se escuchó por primera vez en el país la orden de confinamiento. Las personas enloquecieron y como en cualquier película del fin del mundo, las personas corrían a los supermercados en avalanchas y se provisionaban de todo tipo de productos, sobre todo de papel higiénico y alcohol (al parecer el papel higiénico era muy importante para una sociedad moderna). Desde riñas en los supermercados hasta las personas que no respetaban la restricción, la gente no se podía creer la situación que estaban viviendo, pero poco a poco nos fuimos adaptando a las reglas del juego.


La cuarentena fue quizá el evento más importante de todo esto, fue el evento que nos enseñó a conectar, no solo con las demás personas sino también con nosotros mismos. Nadie sabía qué hacer cuando todo se detuvo las primeras semanas, pero la gente sacaba oro de esta mala situación que estaban viviendo. Las redes sociales se vieron inundadas durante meses por videos que se viralizaban más que el virus y nos ayudaban a distraernos y a no sentirnos tan agobiados por las noticias con las altas cifras de pérdidas. Todos habíamos sido afectados por la llegada del virus, algunos por la soledad que generaba el estar encerrados en cuatro paredes y otros por el dolor que se sentía al perder un ser querido.


El comunicarse era complicado, sobre todo para las personas de mayor edad que no estaban acostumbradas a vivir en medio de la tecnología y los jóvenes como yo aunque más adaptados también sufríamos. Las reuniones con amigos se convirtieron en videollamadas de fiesta, las palabras de amor en stickers de Whatsapp y el intentar tener una dinámica escolar o universitaria era todo un calvario. Anhelábamos que todo acabara ya. Pero la cuarentena entre prórroga y prórroga parecía ser infinita.


Pasados los meses se intentaron hacer varios levantamientos de la cuarentena, que sin tener éxito solo lograban aumentar la frustración de todos. Los noticieros día a día anunciaban el desarrollo de varias vacunas que para todos significarían el fin del engorroso encierro al que nos habíamos visto sometidos. Tardaron un poco en llegar al país pero sin duda eran esperadas con ansias, se hacían ceremonias cada vez que un lote de vacunas llegaban a alguna parte del país y los políticos aprovechaban para hacer politiquería para las siguientes elecciones como si fuesen un regalo y no un deber público. Y a raíz de sus llegadas el país poco a poco se ha venido reconstruyendo.

Al día de hoy estamos todos intentando volver a la “normalidad”, aunque es raro ver caminar a todos por las calles con tapabocas, creo que en conjunto estamos haciendo un esfuerzo colectivo para recuperar aquello que la pandemia nos arrebató, sin dudarlo es una lucha contra un virus que aún no ha acabado, pero conectando entre todos podemos intentar generar un cambio que transforme y ayude a mejorar todas las dinámicas del país.


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