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A JOSÉ ARIEL PARRA

Actualizado: 3 ago 2021

Por: Rosember Rivadeneira Bermúdez.


Un docente alegre, carismático, apasionado por el valioso arte del saber. Corto de estatura como David, pero grande en virtudes como el Cristo al que tanto amaba y al cual se entregó durante gran parte de su existencia. Un alma tan inmensa y dotada de virtudes que no cabía en su cuerpo terrenal. Sus luminosas alas angelicales se proyectaban en su sombra. Un santo que cerraba sus ojos frente a los defectos de sus estudiantes, pero los abría presurosamente para resaltar sus cualidades.


Mi profesor José Ariel Parra, el docente elegante, bien dispuesto y siempre adornado con la mejor de sus sonrisas, el que saludaba con un fuerte y caluroso apretón de manos, el que compartía la dicha y tristeza de sus estudiantes, y a quienes alimentaba con el néctar del saber filosófico y sus sabios consejos de vida. Su presencia en el aula generaba un aura de feliz recogimiento. Su voz siempre cálida, bien entonada y acompañada de las palabras precisas para aliviar la insaciable sed de conocimiento de sus estudiantes.


En ocasiones no era necesario escuchar su voz, pues su presencia era un instrumento de enseñanza. Pulcro de pies a cabeza, coherente en su manera de sentir, pensar y actuar. Su mirada siempre sincera y serena. Podía verse el fuego de su gran alma a través del cristal de sus ojos. Un hombre con una buena vibra, decimos sus estudiantes y compañeros de trabajo. El profesor mejor calificado de todos los tiempos de la Universidad Sergio Arboleda, el que rompió los records de reconocimientos en todas las asambleas docentes, el que se ganó cada uno de los aplausos de sus estudiantes y compañeros de trabajo.


A pesar del fragor atmosférico de la costa nunca abandonó su corbata, camisa manga larga y zapatos elegantes. Nos enseñaste que el calor solo existe en nuestras mentes, que si dejas de pensar en él no te afectará. Y fue cierto porque a pesar de tus maratónicas actividades nunca te vimos sudar, tu rostro siempre estaba radiante. Conquistaste el antiquísimo arte del autodominio y el esclarecimiento espiritual.


Fuiste el artífice y amoroso ejecutor que estimuló la capacidad reflexiva de los estudiantes. Siempre destacaste la utilidad de cada una de tus enseñanzas filosóficas y, por ello, cada letra del texto cobraba vida. No solo acumulamos apuntes en el papel, también nos obsequiaste la más linda de las experiencias escolares.


El mejor de los amigos, un padre y esposo ejemplar, una fuente inagotable de conocimiento. El Hermanazo, como te decíamos de cariño, y como tú también llamabas a todo el mundo, el hincha número 1 del Santafecito lindo. Se agotan mis palabras para describirte, lamentablemente no existen suficientes expresiones en este plano para destacar tus virtudes.


Mi profe, siempre nos recibías con el corazón abierto. Hoy 25 de julio de 2020 lloramos tu sorpresiva partida, pero nos alegra saber que el Dios del cielo te recibirá con los brazos abiertos, que premiará todas y cada una de tus virtudes, perdonará tus imperceptibles y escasos defectos humanos, y que sus ángeles se complacerán al escuchar tus sabias reflexiones. La feliz eternidad te espera, ve alegre al encuentro con el padre.


Querido maestro, compañero y amigo de vida, con estas breves y sinceras líneas escritas bajo la fría lluvia que en este momento desciende del cielo como homenaje a tu ejemplar pureza, se despide de ti uno de los miles de tus amados estudiantes en el que lograste sembrar el amor por la sabiduría.


Un abrazo a su familia, que también es la nuestra.


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